Una de cal y otra de arena [Lidia Romero Hernández]

Este artículo es un relato de una experiencia personal y la comparto como advertencia a otros iguales…


Me sentía afortunada de encontrar un trabajo en esta situación tan mala, y tan complicada para el sector de la construcción. Me encuentro escribiendo esto por un motivo muy triste. Empieza así:

Tuve una entrevista en una promotora situada en El Álamo.

Les habían gustado algunos diseños que hice en la carrera, y decían que era lo que buscaban para sus nuevos chalets. Me ofertaba trabajar por la mañana y cobrar mil euros, encargarme del diseño y visitas de obra, con contrato indefinido.

El primer día, me dejan en mi ‘puesto’ y que me organice. Me quedé un poco paralizada porque no esperaba que me dejaran a mi aire con poco más que una parca explicación. Me puse a buscar los planos de proyecto en el archivo del ordenador, porque el ‘jefe’ no sabía dónde estaban.

Encontré una carpeta que muy amablemente había organizado mi predecesor, con el proyecto completo original que databa de hace diez años, varias intervenciones de distintos arquitectos para darle solución a distintos problemas como las instalaciones, ya que las distribuciones de las casas habían sido completamente desvirtuadas del proyecto original, y se necesitaban otros planos. Lo más actualizado que encontré, fueron planta baja y alta de cada casa y una sección idéntica para dos de ellas.

Eso era el proyecto. Sin información de instalaciones ni detalles constructivos, únicamente los planos de las tomas a la red pública.

Después de esos primeros tres días raros, me pidieron que levantase en Revit el primero de esos chalets. Todo bien, porque era algo mucho más tangible que mirar una información difícil de encontrar y a mi suerte.

En la siguiente semana, un valiente precursor, de cuyo nombre no puedo acordarme, se puso en contacto conmigo. Y me advirtió. No había contratas que se encargaran de la construcción; los materiales, los pedían malamente; los obreros sin ningún tipo de contrato y una organización prácticamente nula. Que no me dejase engañar y que tuviera mucho cuidado. No llegué a pisar la obra, pero sí vi fotos de unas estructuras que parecían llevar 10 años abandonadas, con mala ejecución y unos muritos de ladrillo, de obra nueva, con DESPLOME.

Desde el principio tuve una mala sensación. No entiendo como alguien puede construir con esa documentación tan deficiente. ¿Cómo se pueden permitir estas situaciones? Continué porque todos mis conocidos me animaban a ello, pese a que mis instintos eran escapar de un lugar tan… tan poco documentado, tan poco fiable.

Por supuesto, no hubo contrato el primer día, situación que tenía que haber resuelto no habiendo vuelto. Casualmente no tenían internet y no ‘podían mandar mis datos a la gestoría’; luego se arregló el internet y el contrato seguía desaparecido.

Me desplacé hasta allí y trabajé casi un mes, hasta que hubo un problema y me volví a casa. El problema fue que el bendito becario dio positivo en el famoso coronavirus. Fue a la oficina a pesar de haber estado en contacto con un positivo, listo para contagiar negligentemente, como un alto porcentaje de individuos descerebrados de este país.

Entonces fue cuando no necesité más señales para saber que ese no era mi lugar.

El ‘jefe’, después de hacer unas llamadas, me dijo que me fuese yo sola al hospital a hacerme la prueba, que mintiese diciendo que tenía síntomas porque de lo contrario no me atenderían y se desentendió. Yo les pregunté si ellos no iban a hacerse la prueba, pensando que como trabajadora de la empresa debería ser un proceso que se hiciese en conjunto y con las mismas condiciones. Tenía probabilidades de haberme contagiado de coronavirus en el lugar de trabajo, pero el tío se deshizo de mí y yo a mi suerte. El protocolo a seguir es prueba PCR y confinamiento. Para estos fulanos no.

Al terminar la cuarentena le pregunté si me podría tener el contrato y la liquidación. Obviamente me dijo a todo que sí, pero no sucedió. Y me tocó plantearme si de verdad me iban a pagar. Seguí insistiendo, y al final me llega la nómina y el finiquito, en pdf.

Ahora intentaba hacerme firmar el finiquito sin haberme pagado. Se hacía el tonto todo el tiempo para engañarme. Ahora tengo claro que el retraso tanto del contrato como del pago fue totalmente deliberado.

Al final conseguí dejarle las cosas claras y a los diez minutos me mandaron el contrato que ya no era necesario, porque ya me habían dado de alta y baja en la seguridad social (sin ningún tipo de aviso, ni de información sobre las condiciones en las cuales me daban de alta) y la transferencia. Me sentí aliviada de no tener ningún tipo de vínculo con ellos.

Posteriormente, por contactos, me he enterado de que incluso han tenido problemas de orden superior.

Y después he tenido entrevistas. Desde estudios que te dan la gran oportunidad de esclavizarte diez horas al día gratis, hasta despachos que te ‘ofrecen’ trabajar ocho horas al día por ochocientos euros, y haciéndote autónoma. Deprimente. Ocho años estudiando arquitectura para esto.

Para sentirse afortunada por tener oportunidades de esclavitud. Pensaba que se había abolido en mil quinientos doce, pero es en dos mil veintiuno cuando se encuentra en su auge, bien planteada, amparada por las leyes y defendida por los poderosos y empleadores.

Yo, he confeccionado este escrito para que otros que estén en una situación parecida, que los habrá sin duda, o hayan sufrido una injusticia laboral como ésta, tengan claro que no tienen que pasar por el aro. El problema no eres tú. Es la sociedad la que está mal. Es el gobierno y nosotros mismos los que permitimos que se multiplique más y más la precariedad profesional.

No estáis solos y en este océano, al igual que abundan las bestias abisales e inmundas, existen los gigantes bondadosos, pero hay que trabajar por extinguir a los primeros y promover a los segundos.

Vas con toda tu ilusión porque piensas que has encontrado un trabajo por tus propios méritos, y luego descubres que en realidad te habían elegido porque te veían inexperta y manejable, fácil de manipular y engañar.

Pues oiga, no del todo.

Y entonces pienso:

‘Con lo mimada que estaba yo en la empresa de ingenieros’.

Pero ahora me doy cuenta.

De que no estaba mimada.

De que tenía un trabajo justo, y trabajaba las horas justas, y me pagaban justamente por lo que hacía y aportaba. Y no me pagaban menos aduciendo que no tenía experiencia y que me tenía que formar. Me reconocían como profesional joven, con mis conocimientos y me daban la oportunidad de crecer sin hacerme sentir menos. No me pedían una experiencia que casi todo el mundo demanda y que casi nadie oferta.

Y nadie debería sentirse mimado por eso.

Fue mi primer trabajo y francamente dejó el listón alto. Desgraciadamente se truncó por la interrupción de la vida que ha sido esta pandemia de coronavirus, como le ha pasado a otros tantos millones de personas por todo el mundo.

Ése debería ser el mínimo de condiciones en todos los trabajos, sean de la índole que sean.

Basta ya de  D E S H O N E S T I D A D. Basta ya de  P R E C A R I E D A D.

Es nuestra  G E N E R A C I Ó N  la que tiene que cambiar esta situación.

Lidia Romero Hernández, arquitecta

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