Toledo caminando de este a oeste (I) [Luis Antolín Jimeno]

Ayuntamiento de Mota del Cuervo

El caminante, que nació en Toledo, ha trabajado cuarenta años en Valencia y, ahora que tiene tiempo, vuelve a Toledo andando. No tiene ninguna razón especial, ha hecho este camino muchas veces, cuanto más rápido mejor, mirando por las ventanillas el paisaje y envidiando a quienes veía caminar por sendas que no sabía dónde llevaban. Ahora, él será el protagonista de esa visión, fugaz para quienes viajan a tropecientos quilómetros por hora.

En Mota del Cuervo

Cuando llega a Mota del Cuervo ya ha caminado más de trescientos quilómetros por Valencia, Albacete y Cuenca. A Mota se llega viendo la torre de la iglesia desde hace más de una hora y ahora que ya está en el pueblo no la ve. Camina siguiendo indicios invisibles que le llevan a la plaza.

Allí pregunta por el hostal Plaza a unos adolescentes que vienen o van de un instituto y para explicárselo se atropellan entre gritos y empujándose, quitándose la palabra entre risas. Todos los caminos que indican pasan por la Tercia. Interviene una mujer joven que venía detrás de ellos, una profesora.

La Tercia es como una iglesia, con contrafuertes y eso, pero sin torre -Excelente explicación para lo que era la Hacienda medieval-.

Se ofrece a acompañarle y cuando se alejan juntos escuchan detrás de ellos un murmullo que va creciendo hasta convertirse en un bramido. El viajero, que ha sido profesor de adolescentes, y ella, sonríen.

El hostal Plaza tiene estructura de venta, con patio de carros. Lo regentan un ventero, el ama y una moza, princesa, doncella o fámula, según el pasaje quijotesco que elijas. Forman un conjunto de saber hacer realmente acogedor, ayudan a los viajeros y los tratan amablemente. El viajero reconoce en ellos su propia gestualidad, la gestualidad de esta tierra, el saludo parco, la sonrisa apretada. Ya se siente en Toledo, aunque esté en Cuenca y le falten más de cien quilómetros para llegar.

No encuentra ningún lugar donde cenar, es lunes y nada está abierto. Después de ver a aquellos muchachos y muchachas que le indicaron donde estaba el hostal, no ha vuelto a ver a casi nadie. Pasea por si encuentra en una plaza recoleta a los adolescentes o en la cafetería-mesón a los jóvenes, en un parque o en un quiosco con chucherías y Fantas a los niños. Nadie. Compra comida en una tienda de ultramarinos y, sentado en la plaza de la Tercia, ante una terrorífica estatua de escayola, deja pasar el tiempo, come y dibuja.

De Mota del Cuervo a Quintanar de la Orden.

Desayuna al lado del hostal y propone a un jubilado, que dice que no tiene nada que hacer, que camine con él. Le responde que su mujer no le deja y todo el bar opina de lo que las mujeres les dejan o no les dejan hacer. Uno cambia la conversación alertando sobre el peligro de granizo y otro responde que él ni pierde ni gana, que quien gana y pierde son los rusos. Como el primero mantiene la postura de que el granizo es malo, el de la mesa dice que sí, pero no para su bolsillo, y le pregunta:

A ver, a ti ¿quién te arrienda las tierras?

Contesta con el nombre de una empresa que no recuerdo.

Bueno, esa es de los chinos.

Está en el camino antes de las siete y delante de él aparece su sombra, larga, larga. Es una imagen que se repite casi todos los días y le gusta. Se da la vuelta y ve el sol sobre el horizonte, nuevecito. A estas horas siempre es bonito el camino y va exultante de fuerza y ánimo. Entra en la provincia de Toledo y ya se adivina a lo lejos la sierra de los Navalucillos. Casi todo son viñas y los olivos también son abundantes.

La entrada a El Toboso es por un camino arbolado. Hay lugares para descansar y una fuente. Luego el pueblo está muy cuidado, con referencias a una estética quijotesca a veces excesiva. Como la representación onírica de Dulcinea, en la que han imitado una pose de Isadora Duncan.

Cuando va a cruzar el pueblo, un paisano le sale al paso y le indica un atajo por las afueras de la ciudad, para ir más derecho. Al viajero se le enciende una lucecita de aviso “Cuidado con las indicaciones bienintencionadas de los paisanos”. Como le contesta que prefiere pasar por el centro, para ver su pueblo que le parece muy bonito, el hombre se mosquea.

Bueno, si es por eso… Yo lo hago por su bien.

Lo sé y se lo agradezco.

Pero se va mohíno.

A las once tiene a la vista Quintanar de la Orden y retiene el paso para no llegar antes de que esté lista su habitación. Se detiene a la sombra de unos almendros bordes, en una pedriza. Huele a tomillo y hierbaluisa, come un plátano y una manzana, y se pone en marcha para entrar en Quintanar por un camino arbolado y con bancos.

La ciudad es bastante caótica de arquitectura y urbanismo. Una torre de apartamentos a escaso metros de la torre de una iglesia, configura un perfil desastroso. Me da en la nariz un fuerte aroma a anís de una destilería de Asturiana.

Su recuerdo infantil de Quintanar de la Orden es el de los chocolates Nieto (y el anuncio radiofónico: Si quieres que me esté quieto, dame chocolate Nieto). Pasa por otra fábrica de chocolates y huele a chocolate y luego otra de anís El Dorado. Que buenos olores para caracterizar a una ciudad: anís y chocolate. Al salir caminando los huele sucesivamente.

De Quintanar de la Orden a Villacañas.

Amenaza tormenta y el caminante prepara equipaje de lluvia. Eso quiere decir que nada está a mano: ni la comida, ni la máquina de fotos, ni la armónica. Caen cuatro gotas y se detiene para taparse, luego la lluvia dura lo que tarda en ponerse el chubasquero.

Cruza La Puebla de Almoradiel por un paseo arbolado con rosales. Huele a tierra mojada, a camomila y lavanda. Es un pueblo camino, largo, y cuidado. Están anunciadas fiestas por San Isidro. En los balcones, el santo acampa sobre banderas de España.

Hasta la Villa de Don Fadrique el camino es muy placentero. Entra en el pueblo y se dirige al hostal de la Plaza Mayor, el Rincón del Infante. Aunque el viajero no va a hacer noche en la Villa, quiere preguntar por otros viajeros con los que ha coincidido en el camino y sabe que se han alojado ahí. El dueño del hostal le atiende con gusto y le pone al corriente de los pies maltrechos de Vicent, las limitaciones del veneciano Enzo, de la solitaria californiana Mary, del enojado barcelonés Josep y del paso meteórico del noruego Bo. Hablan de caminos y caminantes y luego entra otro paisano y se enzarzan en delirios eruditos sobre el lugar nacimiento de Cervantes y su posible enterramiento manchego.

En un bar se come un bocadillo y juega con un niño que quiere saber que es todo lo que hace el caminante y por qué viaja andando. El caminante adivina que el niño, también tiene una mochila, y con un dibujo de la “patrulla canina”. El niño, sorprendido por el acierto mágico, sale corriendo a refugiarse en la falda de su madre. En la barra, un paisano habla por teléfono a voces, como si acarreara ganao.

Ya cerca de Villacañas se detiene a hablar con un agricultor, un jubilado prematuro de la banca, y acaban encontrando amigos comunes en Toledo. Cuida las viñas como entretenimiento.

¿Y cuando no puedas con ellas? -Le pregunta el viajero-.

¡Pa los chinos!

Hay obsesión con los chinos como última solución a la miseria y al abandono de la agricultura.

En Villacañas acaban de celebrar el Cristo de la Viga y para este fin de semana piensan celebrar una romería a la Virgen de Fátima en una campa a la que se llega por un camino que está arreglando el Ayuntamiento. En el hostal Prickly se repite la tripleta ventera, ama y moza, en este caso sudamericana. Ocupa una mesa donde merienda y toma notas. Al bar comienza a llegar gente que toma posiciones frente a la televisión para ver un partido de fútbol, uno de esos “del siglo”. La mesa que ocupa el caminante la ansían quienes quieren ver el partido. Cuando el ruido es excesivo, se levanta y se acerca a la barra para pagar. Muchos le miran y un chico se acerca a preguntarle:

¿Se va?

A mí el fútbol me la trae floja. —Se ve que tenía unas ganas enormes de decirlo—.

El chico se lanza a por la mesa y el viajero recibe un gesto cómplice y resignado de la chica que lo acompaña, y que va a pasar una tarde de emociones inenarrables con su novio.

El caminante sale a la calle a pesar de la lluvia, cuatro gotas y busca un lugar más tranquilo. Sentado en un café, ve como una ráfaga de viento pone en dificultades a unos transeúntes. Como tiene una libreta a mano toma nota del suceso. No tiene otra cosa que hacer.

Luis Antolín Jimeno

Deportes y Diversiones: Luis Antolin blogspot


Hay una versión completa de el diario de este viaje en el blog De Valencia a Toledo andando, y en De Palencia a Toledo andando.

(Visited 426 times, 1 visits today)

Deja un comentario