Alberto Sánchez surge y se hunde, resurge y se vuelve a hundir, desaparece y se olvida hasta que alguien lo convoca nuevamente al exterior. En esos casos, se “corporeiza” por un tiempo breve y retorna pronto a su condición de espectro del pasado. Al olvido.
En el año del centenario de su nacimiento, en 1995, pareció que volvía para quedarse entre nosotros definitivamente. Un espejismo. Se organizaron actos, festejos, exposiciones, declaraciones de aparente interés cultural, declaraciones de poco interés político o social y hasta un libro. Por unos meses, Alberto Sánchez paseó por la ciudad en la que nació y añoró durante toda su vida, anotando los cambios de los lugares que había recorrido con su padre repartiendo pan. Fue una estancia fantasmal y corta, y comprobó que todo el paisaje que formaba parte de su infancia en su barrio de las Covachuelas había cambiado hasta no ser reconocible. Nada era igual, incluso la greda que el río Tajo había almacenado durante milenios había desaparecido entre ladrillos, cementos y asfaltos. Ya no eran los campos por los que habían andado recogiendo guijarros, piedras, trozos de cerámica o madera; viendo pájaros beber el agua escasa de estos lugares o pasar a las mujeres casi inmateriales que los habitaban.
En el libró que editó el Ayuntamiento, el alcalde de entonces, D. Joaquín Sánchez Garrido, escribía:
“La ciudad de Toledo en la que nació un 8 de abril, de 1895 ha tenido durante años una gran deuda pendiente con su figura. Mientras los círculos artísticos y culturales han elogiado y valorado su obra, Alberto ha sido un gran desconocido por un número importante de toledanos. Saldar ese débito ha sido el objetivo del Ayuntamiento de Toledo al promover los diversos actos realizados con motivo del centenario de su nacimiento”.
Repito la fecha de la edición del libro y de las palabras, año 1995.
Antes en otro libro, este publicado en 1985, titulado “Alberto Sánchez en su época”, la autora, María Jesús Losada, expresaba:
“Este estudio responde a la necesidad de terminar con el desconocimiento de unos y aumentar los conocimientos de otros para valorar debidamente a uno de los más grandes renovadores europeos de la escultura”.
Y, a continuación, en el mismo libro, la misma autora reproduce una cita del año 1957 en la que el crítico cultural Gaya Nuño decía:
“Es Alberto Sánchez más conocido por un solo nombre, criatura misteriosa, mal conocida, mucho peor valorada de lo que mereciera”.
Lo de un solo nombre se refiere a que el escultor y pintor firmaba sus obras como Alberto.
En la revista “Cuatros Calles”, en el número 6 del 2018, que edita el incansable Jesús Muñoz Romero, Ángel del Cerro consignaba.
“Creo que es una buena ocasión para volver a recordar a este gran artista a quien Toledo mantuvo en el olvido mucho, quizás demasiado, tiempo”.
En el año 2019 Alfredo Copeiro publicaba en el ABC local un texto tan literario como desgarrado, comentando la mala suerte de Alberto Sánchez. Narra el surgir y desaparecer de Alberto Sánchez. En 2017 se había publicado un libro colectivo, titulado “Desplazados”. Y en el año 2019 organizan una exposición de homenaje a Alberto Sánchez con el título “A una estrella”. Quienes realizan la exposición en homenaje a Alberto son nombres distintos a los del año del centenario de 1995. Generaciones nuevas que suplantan en la nostalgia el sinsentido que persigue en Toledo a la figura y la obra de este escultor y pintor y decorador y cartelista y poeta único y excepcional.
Sobre estos testimonios a los que habría que añadir el día a día en la ciudad de Toledo, la situación no ha cambiado.
Alberto Sánchez continúa en el año 2021 siendo un desconocido.
A pocos les suena el nombre y la gran mayoría ignora quién fuera ese tal Alberto Sánchez, que ha dado nombre a un colegio, a un paseo y a uno o varios centros culturales.
-¿Y sus obras, dónde se pueden ver?
Alberto Sánchez, junto con el Greco, son los dos escultores y pintores más singulares, renovadores de Toledo e influyentes en el arte actual. El Greco llegó de Creta, y se terminó asentando en Toledo en el barrio de la Judería. Alberto Sánchez nació en Toledo en 1885. Vivió en Toledo, en el barrio de las Covachuelas, en la calle de la Retama. Y durante siglos ambos compartieron el destino de ser ignorados. En el siglo XX, el rumbo cambió para el Greco, en lo que va de siglo XXI todo continúa igual para Alberto Sánchez.
Antes de dedicarse al arte trabajó desde los siete años de porquero y ayudaba al padre a repartir pan por los barrios periféricos de la ciudad y los Cigarrales. En los años más trascendentes de la infancia, Alberto vagó libremente sin ataduras ni vínculos, por los campos que rodeaban la ciudad. Todos los días, 24 horas. Se le grabó de por vida.
Trabajó en una fragua de la calle Honda hasta que se trasladó a Madrid. Allí, aprendió a ser zapatero, cuchillero, escayolista y panadero. Tenía que trabajar para vivir y aportar a la familia. Un hombre hecho a sí mismo, que diría alguna revista moderna, imitando a los que suelen contarnos de los norteamericanos cuando triunfan. No asistió al colegio y aprendió a escribir y leer a partir de los 17 años, ayudado por el mancebo amigable de una farmacia cercana. Claro, que una vez que aprendió estas habilidades sociales, su inteligencia natural se disparó hasta llegar a ser profesor de dibujo en un colegio de El Escorial.
En Madrid se relacionó con los artistas e intelectuales de los años veinte y treinta. Todos le aceptaron y respetaron, tanto que escribieron una emotiva carta a la Diputación Provincial de Toledo, solicitando una ayuda económica para Alberto Sánchez para que abandonara el trabajo de panadero y se pudiera a dedicar las técnicas de la pintura, la escultura y la arquitectura. Los miembros de la Diputación, probablemente impresionados por tan sonoras firmas, accedieron a la petición y durante tres años le permitió disfrutar de una beca que lo liberó del trabajo de la panadería. Él, a su vez, correspondió a la Diputación Provincial con dos esculturas que, van de un despacho a otro en función de quien lo ocupe. Se alistó en el ejército y estuvo tres años en Melilla. Allí nació el escultor que sería.
En 1937, España en guerra, el gobierno de la República decide participar en la Exposición de París. Entiende que, instalar un pabellón con el resto de las naciones, ayudará a que los países se comprometan con el gobierno democrático de la Republica y se posicionen contra el Golpe militar del año 1936.
Una escultura de Alberto Sánchez, de más de 12 metros, cargada de esperanza en el futuro, “El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”, recibe a los visitantes al edificio racionalista de España en el que lucen el impactante Guernica de Picasso, la Fuente de Mercurio, de Alexander Calder, un enorme mural de Joan Miró, otras obras de artistas vascos y catalanes y 18 esculturas de Emiliano Barral, muerto en el frente en 1936. Buñuel también anda por allí exhibiendo su cine y coordinando documentales.
En el año 1938 el gobierno envía a Alberto Sánchez a Rusia como profesor de los niños que había desplazado allí para evitarles los horrores de la guerra. Nunca regresaría a España ni a Toledo. Fallecía el 12 de octubre de 1962. Rusia organizó una exposición de homenaje a su obra y adquirió alguna de ellas. Barcelona, Bilbao, Valencia y Madrid también organizaron exposiciones al comienzo de los setenta.
En Toledo no se organizó nada. Unos años después el Grupo Tolmo trataría de dar a conocer en la ciudad la obra de Alberto Sánchez, conectando con la viuda y del hijo de ambos, Alcaén.
Alberto Sánchez pintaba cuadros o esculpía piezas que de formas variadas aludían al paisaje de los años de su infancia y primera juventud en Toledo, el olor seco y duro de tomillos, retamas y espartos, los árboles dispersos, entecos. Esas visiones y sensaciones de la infancia las reforzaría en Madrid con los paisajes de Vallecas, con una morfología similar a los de los alrededores Toledo. Son campos que anticipan La Mancha. Campos de alcaén, de gredas, campos abiertos, cambiantes según la luz del día, campos espectrales por la noche alumbrados por la luna. Por ellos vuelan pájaros que recogerá en su obras, pasan mujeres que parecen fantasmas, pacen toros que, sin motivo aparente, braman al sol. Es su comprensión de la Naturaleza como elemento sustentador de la sociedad, el hombre y el arte. Un adelantado a nuestra época que entiende esa naturaleza como elemento esencial en la construcción del nuevo arte. Sus vistas reiteradas al Museo Arqueológico de Madrid le descubrirán las claves de las obras de los pueblos iberos, encontradas en Cerro de los Santos, que cambiarán también las esculturas de Picasso.
Se ha dicho que su obra se adscribe al surrealismo. Es el “surrealismo de la tierra” que nace de los campos de Toledo y los que contempla desde el Cerro Almodóvar, “Cerro Testigo” lo llaman él y Benjamín Palencia, de Vallecas. No hay rebeldía en su surrealismo, al estilo de los dadaístas. No es onírico, según Dalí. Tampoco es deconstructivista, según Duchamp o Bretón. Los encuadres de sus paisajes están tomados desde la perspectiva de este cerro real e imaginario, desde donde se puede atrapar cualquier horizonte.
A ello añadirá al Greco. Las piedras, cuando llueve, como de cerámica que se ven desde el arroyo de la Degollada, el amarillo limón o los hombres azules y verdes, que Alberto contemplaba, como seguramente lo hiciera el Greco, cuando los hombres, que se bañaban en el Tajo, salían del agua. Y lo mismo que en el Greco, las figuras de Alberto se estilizan y se vacían de materia. De los cuerpos solo importa el espíritu. En las obras del Greco las figuras se proyectan hacia el cielo; en las de Alberto Sánchez, materialista histórico, buscan las estrellas.
-¿Y donde se pueden contemplar las obras de Alberto Sánchez?
-Desde luego en Toledo, no.
Siguiendo una referencia de ABC para el Museo de Arte Contemporáneo, instalado en la Casa de las Cadenas, desaparecido hace más de 25 año, la familia de Alberto Sánchez donó nueve bronces, reproducciones, y 11 dibujos originales. Cuando se desmanteló el museo, los cuadros y las piezas se amontonaron en las salas de la antigua biblioteca del Miradero, ignoramos sí para comprobar su supervivencia al polvo, la humedad, los ratones e insectos, o por pura ignorancia y desidia.
-También se pueden ver en el Museo Pushkin en Moscú, en el Museo Reina Sofía, y una escultura en el paseo de la Castellana y alguna obra en Bilbao.
-Y si Alberto Sánchez es equiparable al Greco, ¿Cómo es posible que esto ocurra? ¿Cómo explicar y entender su ausencia en una ciudad, cuyos campos son la materia primordial – pieza de tierra – de su obra y a los que siempre quiso volver?
En Toledo, la Consejería de Cultura encargó al grupo Tolmo la reproducción en bronce del molde que se conserva de la obra El pueblo español tiene una camino que conduce a una estrella. Curiosamente de menor temaño que la que se instaló en el Pabellón de Espàña y de la reproducción colocada en la entrada del Reina Sofia.
De sus dibujos el libro de Jaime Brihuega es fundamental.
Cuanto olvido, desapego, frialdad, desafección y distanciamiento del castellano-manchego por su tierra y sus raíces…y quien las supo mostrar
En Toledo somos especialistas en desdeñar a nuestros artistas, y valorar mas lo del exterior que lo propio, como
si se avergonzaran de ellos.Sinceramente me parece una vergüenza tener absolutamente abandonados a los nuestros y sus obras artísticas en almacenes y cajas. En realidad los políticos no les interesa la Cultura en mayúsculas, solo les preocupa llenar Toledo de turistas.
Los que manejan los hilos prefieren gastarse millones en la colección Polo, o en Instalaciones de Cristina Iglesias que nadie ve o visita, antes de mostrar nuestro riquísimo patrimonio cultural.
Alberto Sánchez es una figura fundamental para entender la evolución artística de aquel momento, un genio condenado como muchos otros al ostracismo mas miserable ya por cuestiones ideológicas que deberían de estar superadas, ya por una falta de conocimiento de su obra , pensamiento y figura . Está claro que lo que no se dá a conocer y difundir queda en el mas absoluto olvido, gracias al desdén, la ignorancia y el provincialismo más rancio.
El paralelismo con Zaragoza resulta evidente tras tus dos artículos. Allí sí fueron afortunados al recuperar el teatro romano, junto con otros elementos que se publicitan por su ayuntamiento como el “Paseo Romano”, y tienen un interesante museo dedicado a Pablo Gargallo.
No te imaginas como estoy de acuerdo con el valor de Alberto en la pintura y escultura españolas. Y era y es de Toledo y de Castilla. Por eso la reivindicación de su nombre y de su obra debe ser permanente hasta conseguir que, por fin, en Toledo se le reconozca y se le admire y de paso abra el camino para el reconocimiento de otros toledanos que le siguieron
Gracias Jesús, necesitamos agitadores culturales como tú. Las instituciones se tienen que dar cuenta del vasto y riquísimo patrimonio que poseemos. La dimisión del actual Director del museo de Santa Cruz, pone en evidencia, muchísimas carencias. Un museo que con sus fondos debería estar en la vanguardia, y no como están convirtiendo últimamente.