La Tourette [Paz+Cal]

Convento de la Tourette, tapia de la cubierta

Service dáccueil Couvent Le Corbusier

Intentamos entender Ronchamp sin tener ocasión de oír una misa allí. Pero, inesperadamente, en la Tourette era posible no solo una visita, sino una jornada completa de estancia con alojamiento en una de las celdas, con posibilidad de recorrer las estancias del convento que la orden permite y de compartir rezo y austera mesa con los monjes que lo habitan. Localizado el destino sobre el mapa, L’Arbresle a 25 km al noroeste de Lyon, en la confluencia de los ríos Brévenne y Turdine, el resto del camino hasta el convento preveíamos estuviera claramente señalizado. (La impaciencia por llegar se anteponía al espíritu de la orden que condicionó su implantación y recorrido de llegada).

Dejando atrás, al sur, Eveux el convento se sitúa colina arriba accediendo por una senda que, conforme avanzamos, se va estrechando hasta aparentemente desaparecer. Abrigado entre la naturaleza por un bosque de secuoyas se dispone paralelo al camino, sobre el terreno en fuerte pendiente. Es primavera, y hace 50 años que LC escogió este lugar para alzar el convento de Sainte Marie de la Tourette por encargo del dominico Padre Couturier. Este recorrido de llegada en ascenso, como más tarde entenderemos, continúa en el interior, forma parte de la procesión “Partenónica” que persiguió LC en otros proyectos. Visualizamos en nuestra memoria Ronchamp, perceptible en un primer momento en la lejanía, plantada en lo alto de la colina jugando a mostrarse y ocultarse en el camino de aproximación. La  Tourette, sin embargo, se oculta, se alza sin tocar el suelo y se deja traspasar por la naturaleza.

Desde el acceso se descubre el interior del claustro cruzado por galerías donde se ha  eliminado de forma consciente la tradición monástica medieval de centralidad de este espacio y se recrea una naturaleza artificial, inaccesible y accidentada. Un paisaje interior abstracto de creación humana en contraposición con el paisaje natural que rodea al convento y acompaña en la subida.


La dialéctica entre lo natural y lo artificial, entre lo espiritual y lo humano es el guión elegido por LC para la Tourette.

Un guión marcado por el Padre Couturier, quien desde antes de su construcción confía en que La Tourette será “dentro de su pobreza, una de las obras más puras y más importantes de nuestro tiempo”. Los dominicos, conocedores de la obra de LC, consideran que para él la arquitectura es inseparable del humanismo y esperan  “no que tenga fe, sino que comprenda como arquitecto los signos y condiciones humanas de la fe”.

R.P. Couturier  explica a LC la resonancia profunda de las reglas de la Orden Dominica establecidas desde el s.XIII con origen en la escuela  pitagórica; el rechazo de lo superfluo, la vida intelectual y la búsqueda de la felicidad a través del conocimiento, y de la sabiduría a través del silencio; también le describe con palabras y dibujos, e invita a visitar, el Monasterio de Thoronet del siglo XI en la Provenza, que, a su parecer, es la esencia misma de lo que debe ser un monasterio. Ya en 1907, en su viaje a Italia LC había visitado la Certosa de Galuzzo del s.XV, en la Toscana, que describiría como “modelo de ciudad moderna”.

Según LC el convento de la Tourette se realiza bajo este programa esencialmente humano, la arquitectura viene dictada por el lugar: un terreno con mucha pendiente que desciende abriéndose sobre la planicie y rodeado por el bosque. El edificio se concibe desde arriba, comienza por la línea de cubierta, gran horizontal general, para terminar en la línea del suelo, en  la cual la construcción reposa sobre pilotes. A partir de esta horizontal el edificio determina su organización en descenso: las galerías que dan a las celdas forman brise-soleil, después las salas de trabajo y biblioteca y, debajo, el refectorio y el claustro en forma de cruz que conduce a la iglesia.

La traza del convento de La Tourette en U, cerrada por el volumen de la iglesia, aparentemente reproduce el esquema funcional de otros conventos anteriores, con una organización racional que se va perfeccionando a lo largo del tiempo. La Tourette enraíza en esta especie de selección racional depurada por el tiempo y nos abre una mirada actualizada para un lugar de meditación, de búsqueda y de rezo.

Las celdas, los usos singulares, se distribuyen en la primera y segunda planta, en la planta de acceso los espacios comunes, plurales. Esta relación del individuo y la colectividad se manifiesta de forma diferente y antagónica en la fachada. Las celdas, iguales y repetitivas frente a los “muros ondulantes” de series armónicas y musicales  proyectados por Xenakis.

En las galerías de acceso a las celdas una ventana corrida alta permite la iluminación y limita la visión del espacio del patio interior. En los fondos las “flores de hormigón” ocultan la vista directa  al exterior, al tiempo que captan la luz que proyecta una cruz de penumbra sobre el suelo de las galerías.

En la celda se confirman las medidas del modulor: 183cm de ancho, por 226cm de altura y 592cm de largo. La aspereza del revoco rugoso de los paramentos desaparece frente a la mesa de trabajo, y desde la ventana, fragmentada y coloreada de forma artificial, se filtra  al fondo el espectáculo de la naturaleza. El mobiliario, austero y funcional fragmenta el espacio en zona de acceso, de descanso y trabajo.

A las 12,30h se sirve el almuerzo, antes una invitación a la oración con los monjes en la capilla. Entran de uno en uno y ocupan su sitio en el perímetro donde se distribuyen los bancos, siete por lado, veintiuno en total; tantos como celdas en un ala del convento; colocados en U y el oficiante en el centro del lado libre, bajo la imagen de un Cristo de cruz ausente clavado sobre el muro. La disposición litúrgica de los monjes es una precisa representación del trazado en planta del convento.

En el refectorio un fraile comparte mesa con nosotros. Nos cuenta recuerdos de su estancia en Castilla. Además de frailes advertimos que también habitan seglares, algunos permanecen aquí desde que el convento se convirtiera en reducto intelectual de los valores de mayo del 68.

Los monjes en procesión hacia la iglesia se confunden con las sombras que arrojan los “muros ondulantes”. La vertical de la puerta pivotante abierta se cruza en el vacío con la horizontal roja de una tronera al fondo,  construye una cruz que da entrada a la iglesia, acceso  que se produce con una ligera pendiente de descenso. En este espacio las ausencias se tornan en presencias. Un contenedor desnudo, en penumbra que se aligera mediante una línea  perimetral de luz que despega la cubierta. La luz interior tintada de color procedente de los lucernarios de la cripta escalonada con la que se comunica, contrasta con los haces de luz blanca que se filtra por los laterales de la nave. Una cruz de brazos alzados, pie alargado y sin apenas cabeza se levanta en el altar, una cruz heterodoxa que para LC, ajeno a la devoción religiosa, representa apoderarse del espacio y tomar posesión del universo.

Fiel a la idea original de ascenso, LC traslada el claustro del convento a la cubierta plana y la bordea de muros perimetrales de altura suficiente para que los ojos no vean mas que el firmamento por encima de ese límite.

Este antepecho, un muro vibrante donde la falta de técnica y alineación pasan a un segundo plano, oculta en una primera apreciación la vista que adivinábamos poder tener tras la procesión de ascenso. Pero inmediatamente entendemos que La Tourette mira al infinito y prolonga este recorrido más allá de la construcción material.

El padre Couturier, que murió repentinamente antes de ver finalizado el convento, construyó un buen guión y su Orden Dominica así lo confirma a través de las palabras de Fr. A. Belaud en las que manifiesta que  “LC fue cuidadoso en respetar ciertas normas arquitectónicas que la experiencia ha mostrado adaptadas a la vida conventual. Esta fidelidad a los valores tradicionales ha provocado la adhesión de los religiosos que lo habitan y que atestiguan que esta arquitectura tiene un espíritu. La pobreza de los materiales, la alegría de los colores, la majestuosidad de los volúmenes, es a través de todo esto como la arquitectura se ha expresado y es a través de todo esto también como los religiosos perciben la pobreza evangélica, la alegría espiritual, la gravedad del silencio”.

José Ramón de la Cal + Josefa Blanco Paz. 

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