Ayer nos abandonó un amigo, como otros cientos que cada día se van en las estadísticas. Se llamaba Ignacio, y fue uno de los fundadores de este blog. Muchos lo conocíais, y para los que no, estas líneas solamente pretenden esbozar algún sentimiento que se ha quedado en la garganta.    

Recuerdo esos días con cierta nitidez. Un pequeño grupo; unas cuantas intenciones y algún que otro anhelo. Camaradería, cierta rebeldía, asumir la tecnología y el cambio, compartir conocimientos y, sobre todo, la generosidad de un proyecto para otros.

Luego, este terrible virus y la pandemia que nos atenaza.

Los muchos días hospitalizado y sin contacto con su familia han sido los nuestros; los de todos, porque todos podemos imaginar la angustia hasta recibir una llamada que se retrasa, y el sobresalto cuando esta se adelantaba.

Y el final también es el de muchos, porque muchos conocemos o imaginamos este desenlace sin contacto, sin compañía, en soledad absoluta. 

Estos días, cuando pasaba por el entorno del Granadal, me sorprendían los hermosos parterres llenos de flores. Esta sería una de sus últimas obras. Ese rojo que contrastaba con la soledad de las calles y sus aceras. Ante ese escenario distópico, las flores se empoderan y ocupan ordenadamente la geometría donde fueron confinadas por el arquitecto.

¿Y por qué este esplendor?, me pregunto cada vez que paso por allí. Los días de encierro han traído una cantidad de lluvia que solo encuentra registros en nuestra memoria. Además, apenas circulan coches y personas. Pero qué más da…..son muchas y vigorosas; rojo sobre verde brillante.

He parado y he sacado esta foto. He pensado que a él le hubiera parecido muy hermoso.

Dedicado in memoriam a Ignacio Álvarez Ahedo y a otros muchos. 

Benjamín Juan Santágueda