Tiempo y arquitectura como único elemento [José María Martínez Arias]

No hay mejor ejemplo que la ciudad de Toledo para abordar la idea de reutilización, reciclaje o simplemente supervivencia; una compleja amalgama de estratos de diferentes épocas y sociedades que nos transmiten la idea de Tiempo como un devenir continuo y sin pausa.

Ante esta situación, ¿es posible acotar el tiempo realmente? Si es así, ¿cuál es la unidad de medida que rige los ciclos de cambio para los nuevos usos, las nuevas ideas y la evolución (o involución) de las sociedades?

Desde luego este escalímetro temporal no debe de ser para nada un sistema de medida universal y rígido como el sistema métrico o los segundos de un reloj.

Los ciclos que rigen los periodos de transformación de la arquitectura son mucho más sutiles y en buena medida dependen del presente en el cual nos toca intervenir de manera más o menos activa, cuyas decisiones han sido y serán el punto cero que genere la nueva realidad futura.

Uno de los ejemplos paradigmáticos que nos adentra en el maravilloso túnel del tiempo es sin duda la mezquita de Bab Al-Bardúm, la conocida como mezquita del Cristo de la Luz. Su dual nomenclatura ya nos adelanta que este edificio supone un verdadero metrónomo que nos marca el compás de la historia de la ciudad.

Su construcción está datada en el 999 de nuestra era, lo sabemos debido a una particularidad que hace único a este pequeño templo: el nombre del arquitecto está escrito en su fachada sur oeste con el propio ladrillo de la que se compone.

«En el nombre de Alá, hizo levantar esta mezquita Ahmad ibn Hadidi, de su peculio, solicitando la recompensa ultraterrena de Alá por ella. Y se terminó con el auxilio de Alá, bajo dirección Musa ibn Alí, arquitecto, y se Sa´ada, conluyéndose en Muharram del año trescientos noventa».

El momento en el cual fue posible leer la reciente historia de la mezquita, ya nos marca un primer pulso, un inicio de esta sinfonía de duración indeterminada.

Pero volvamos a asociar nuevamente su arquitectura concreta con el mensaje que esta nos permite captar.

Sus dimensiones recoletas animan a experimentarla de manera individual, ¿y es que no es la percepción del tiempo algo unitario, capaz de discernir entre toda percepción ajena a uno mismo?

La planta responde al más elevado ideal de belleza: la geometría. Se trata de un cuadrado perfecto ya que la misma distancia se repite en sus dos ejes de proyección horizontal, produciendo la primera superficie acotada.

Tras disponer de una dimensión concreta, al arquitecto no le queda más remedio que subdividir este espacio en partes más pequeñas, o dicho de otra manera, mediante la suma de fragmentos es posible obtener la totalidad del espacio arquitectónico. Curiosa semejanza con el caso del tiempo, donde podemos afirmar que éste no es nada hasta que comencemos a acotarlo en segmentos más pequeños, para darle un sentido físico y comprensible a nuestra efímera existencia.

Es precisamente en este acto de subdivisión de la superficie inicial donde nace la obra arquitectónica, el cuadrado de la planta queda dividido 3 a 3, tres naves en cada uno de los lados que será por lo tanto 32 =9 espacios contenidos en el cuadrado inicial.

Vuelve por tanto a surgir la idea del cuadrado en su versión interior, nueve espacios individuales que comparten una única existencia común. El  arquitecto, que es un experto en geometría y en la relación de ésta con el todo; sabe que cada espacio, a pesar de un mismo ritmo común a los demás, tiene una cualidad diferente.

Volviendo al símil con el tiempo, ¿no es verdad que una hora concreta del día es diferente a la del día precedente? Igual duración pero distintos matices, debido al movimiento celeste que dota a cada momento unas condiciones concretas y específicas de cada instante.

El sabio alarife por lo tanto, dota de un carácter concreto y diferenciado a cada una de las nueve naves que componen el recinto sagrado: los capiteles que soportan los arcos de las bóvedas son diferentes como también lo son las nervaduras que crean caprichosas formas estrelladas.

Nuevamente cada espacio vuelve a descomponerse en una perfecta sinfonía estructural de arcos cuyo interés es cerrar de una vez por todas el espacio abierto, haciéndose éste cada vez más y más pequeño.

Nace así la paradoja, un espacio de planta central, cuya unidad y armonía le viene dada por la pluralidad y diferencia de cada estructura que la compone.

Planta de las bóvedas

Ante esta reflexión acerca del tiempo y su estrecha relación con nuestra arquitectura, queremos proponer un nuevo ciclo en esta plataforma, planteando nuevas perspectivas que nos abran otras puertas y caminos todavía por descubrir. Es por ello que manteniendo la continuidad de lo andado hasta el momento, tenemos el deseo de encontrar nuevas bifurcaciones en este camino, con la idea de difundir un renovado colectivo de pensamientos, cuyo entusiasmo se mantiene tan candente como el del primer momento.

LOS EDITORES

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