La República de Weimar: una ilusión engañosa [Jesús Fuentes Lázaro]

Ilustración de Jason Lutes, de la trilogía Berlín: Ciudad de piedras, de humo y de luz.

La República de Weimar fue el resultado de distintas colisiones extraordinarias. Entre lo antiguo y lo nuevo; entre los jóvenes y los viejos; entre el absolutismo de una monarquía en crisis y una  democracia titubeante; entre la revolución inspirada por la Unión Soviética y la transición hacia un nuevo Estado plural. También fue el resultado de la derrota humillante de una Alemania que se creía poderosa, heredera mítica de los Nibelungos. Leyendas de tiempos oscuros y voluntad de dominio alimentaban un ego joven, nacionalista y racial. Y, por último fue el resultado de un Tratado de Paz, el Versalles, que colocaba a Alemania en condiciones económicas y sociales insoportables. Los vencedores de la primera Gran Guerra, con una miopía absurda, solo querían cobrar, sin importarles la quiebra material y moral de los derrotados.

En paralelo se producían otras colisiones entre la pintura, la escultura, la música, la filosofía, la arquitectura. Todas, entre un pasado brillante y el impulso iconoclasta, pero no menos brillante, de lo moderno. Tantas colisiones superpuestas se concitaron en una República, la de Weimar, y alimentaron lo que se conoce como el “Espíritu” de Weimar. “Una ilusión engañosa”, según percepción de Stefan Zweig. Este es el desarrollo de los acontecimientos.

La imagen muestra al político del SPD Philipp Scheidemann en la ventana de la Cancillería del Reich en Berlín llamando a la República Alemana. @dpa

El 9 de noviembre de 2018, proclamó la República el socialdemócrata Philipp Scheidemann.

El 19 de enero, de 1919, se celebraron elecciones a diputados en una convención nacional, celebrada en Weimar.

La Cámara se abrió el 9 de febrero de 1919.

El 31 de julio del mismo año la Asamblea de Weimar alumbraba una Constitución, que se aprobó como  ley  el día 11 de agosto de 1919.

Un dibujo de la sesión de apertura de la Asamblea Nacional en Weimar, reimpreso en Berliner Illustrierte Zeitung 1919. @dpa

Alemania se convertía en república democrática, con un presidente, elegido cada siete años por elección popular. Se establecía el sufragio universal para mayores de veinte años y continuaba siendo un Estado federal, aunque con poderes recortados. Se aprobaron los colores de la bandera, negra, roja y oro, y se estableció un catalogo de derechos y deberes fundamentales para todos alemanes.

Se formó el primer Gobierno con  Socialdemócratas,  partido Centrista Católico y  el  Partido Demócrata.

En enero de 1919 eran asesinados Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht.

Memorial Rosa Luxemburg en el Canal de Berlín Landwehr, donde su cuerpo fue arrojado después del asesinato. @ Jürgen Ritter

En febrero caía en Baviera, también asesinado, el inspirador de la República de Weimar, Kurt Eisner.

En un ambiente colectivo y social cada vez más revuelto, la República de Weimar nacía del desprestigio de la monarquía -a Guillermo II le obligaron a abdicar-, mientras en algunos territorios se imponían los movimientos revolucionarios que empujaban desde Rusia. La República fue un autentico proyecto democrático que no contó con demasiados apoyos y, los que tuvo inicialmente, se fueron desencantando de las posibilidades transformadoras de la Repúlica.

Los jóvenes, que habían sobrevivido a la Gran Guerra o se incorporaban a la vida ciudadana, buscaban en un mundo revuelto y frágil la construcción de otro nuevo. Los más mayores se resistían al empuje de los jóvenes. Stefan Zweig nos lo cuenta:

De repente no había otra ambición que la de ser joven e inventar rápidamente una tendencia más actual que la de ayer, todavía actual, más radical todavía y nunca vista”.

En otro lugar de Europa, el joven Leslie Paul escribía:

La civilización estaba a punto de morir y el futuro nos pertenecía solo a nosotros, los jóvenes, que íbamos a construir uno mejor”.

Los camisas negras en Bolonia, con Benito Mussolini al frente, en la “Marcha sobre Roma” en 1922, tres años después de su fundación.

En la primavera de 1919 se creaba en Italia un nuevo partido, llamado “Fasci”, fundado por Benito Mussolini.

Un futurista anunciaba:

“El mañana pertenece a los jóvenes. Arrodillémonos ante la audaz formación militar que regresa. Su dinamismo dictará las leyes que disciplinarán al mundo. El mundo está en sus manos”. 

En julio de 1919 Adolf Hitler se afiliaba a una oscura formación de derechas, una agrupación antisemita, antirrepublicana, de fanáticos ambiguamente socialistas que  creció velozmente en Baviera y en el resto de estados.

En cada territorio de Europa, por motivaciones diferentes, pero con un mismo sentimiento, se vivía un malestar difuso. Un veterano de guerra, Adolfo Omodeo, en la primavera de 1919 comentaba:

“Pareciera que vivo en un mundo que ha perdido toda conciencia moral, ya sea en su esfera internacional, nacional o privada”.

Las sociedades se polarizaban intensamente. La negación de la civilización tal como se había conocido hasta entonces  se convirtió en culto y forma de organización.

Como ha escrito recientemente José Luis Villacañas en un artículo titulado “Cien años de Weimar” (El País, 21 de marzo de 2019):

“Todos giraban en una rueda vertiginosa que escapaba al control psíquico y que produjo una angustia suicida. Fue un tiempo sin anclajes a nada, rotando sobre sí mismo, capaz de alterar todos los ritmos de los seres vivos”.

Desde los comienzos de la República de Weimar se sucedieron 17 Gobiernos en 14 años, por  crisis políticas, económicas, sociales,  morales e intelectuales.

El Canciller, Adolf Hitler junto con el Presidente de la República, Von Hindemburg, en 1933.

El 30 de enero de 1933 el anciano Presidente de la República, Hindenburg, apoyado por todos sus consejeros, propuso como canciller a Adolf Hitler.

En febrero de 1933, en el Reichstag, asistían a una reunión con Hitler y Goering, 24 de las más importantes industrias alemanas. Pedían acabar con la debilidad del régimen. La estabilidad económica demandaba firmeza y sosiego.

Según Karl Dietrich Barcher:

“Hitler se abrió camino hacia el gobierno no como líder de una coalición de mayoría parlamentaria en activo.., sino gracias a una laguna autoritaria en la Constitución de Weimar, e inmediatamente se dispuso a destruir esa Constitución que había jurado defender”.

Y Peter Gay en el libro “La Cultura de Weimar” expresa:

“En contraste con su historia cultural, la historia política de la Republica de Weimar es deprimente, pero es Jauja si se la compara con lo que siguió.”

Se iniciaba en Europa, con un lenguaje de serie televisiva, un invierno tan oscuro como no se había conocido en siglos anteriores.

                                               Jesús Fuentes Lázaro


Imagen de portada de Jason Lutes, de su trilogía de novelas gráficas: Berlín. Sillón Orejero.

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