La poesía del arquitecto [Diego Peris Sánchez]

Joan Margarit

La edición de Austral con el título Todos los poemas (1975-2015) hace un recorrido por la obra de Margarit desde Restos de aquel naufragio hasta Amar es dónde. Un arquitecto, catedrático de estructuras en la Escuela de Arquitectura de Barcelona que ha dedicado su vida a la poesía.

“Debemos primeramente distinguir con claridad qué es poesía de lo que es arquitectura. La arquitectura es un oficio y como oficio se aprende, te da seguridad e identidad y se puede mejorar con el tiempo. Uno no es el mismo arquitecto cuando sale de la universidad que después de pasados veinte años ejerciendo la profesión. Sin embargo, la poesía es algo que te viene por la inspiración y la inspiración no es más que la capacidad de relacionar unas cosas con las otras, a partir de tu experiencia vital… El ejercicio de un oficio, como es el caso de la arquitectura, puede detenerse por un tiempo y retomarlo después, pero el papel del artista siempre está presente. El poeta siempre está al acecho, no descansa, aunque no se tenga consciencia de ello”.

Qué es y para qué sirve la poesía.

En diferentes ocasiones, junto a sus poemas, reflexiones sobre el sentido y las condiciones de la buena poesía. Ya en el prólogo a El primer frío decía que la característica esencial de la poesía que la diferencia de la prosa es la concisión y la exactitud. Un poema es como la estructura de un edificio muy particular a la que no le puede faltar ni sobrar ni un pilar ni una viga; si sacásemos una sola pieza se desplomaría.

Una segunda característica es que un poema tiene que entenderse, escribir un mal poema que no se entienda es fácil, pero escribir un buen poema que se entienda es más difícil y por ello escribir un buen poema que se entienda es sólo patrimonio de los clásicos. El ejercicio de escribir poesía no es una actividad inocente y está lejos de la ingenua espontaneidad. La poesía es el límite que nos permite avanzar participando de la vida y de las cosas, busca poder vivir la vida con la menor mistificación posible sin caer en el terror, vivir con la máxima dosis de verdad que podemos soportar, que no es demasiada, porque la verdad, como en las tragedias griegas, destroza a quien la desvela. Y por ello el poeta es una extraña especie de místico, es como si las palabras hubiesen servido, al nombrar las cosas, para establecer una línea defensiva frente al terror del mundo y que la poesía permitiese penetrar otra vez, con prudencia, siempre custodiados por las palabras, en aquella gélida infinitud que comienza detrás de la barrera protectora del lenguaje.

Casa de misericordia.

En el libro de poemas que lleva ese título habla de la Casa de misericordia, ese lugar que acogía, en una especie de hospicio u orfanato, a las personas en situaciones difíciles. Y allí es donde dice, comparando estas instituciones: Hospicios y orfanatos eran duros, pero más dura era la intemperie. La verdadera caridad da miedo, como la poesía: por más bello que sea, un buen poema, ha de ser siempre cruel. No hay nada más. La poesía es hoy la última casa de misericordia. La palabra amor viene de impulso, de forzar de torturar, de cabalgar y de cómo ser viejo es saber que la guerra ha terminado, es saber dónde están los refugios, hoy inútiles. Porque reconoce que, al final, el poema, no puede venir más que de la propia vida.

Aguafuertes.

Hay muchos tipos de memoria, o quizá sólo son aspectos diferentes de una sola, pero me refiero a esa zona de nosotros mismos donde guardamos los sentimientos que nos han ido atravesando y trasformando. Ese es el lugar donde he buscado mis poemas dice en el prólogo al libro titulado Aguafuertes. Y acaba esa presentación con esta explicación del sentido de sus poemas. Estoy encerrado, no dentro de una casa, sino dentro de cada uno de esos lectores, imprescindibles, porque los poemas no existen sin ellos. Dentro de nosotros, en el lugar donde estamos más solos, hay unos poemas y una música cerca de una chimenea encendida que sólo se apagará con la muerte.

Oriol Bohigas y Joan Margarit

Margarit y la arquitectura.

Margarit, arquitecto, catedrático de estructuras en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, tiene breves referencias a la arquitectura entre sus poemas. El primero de ellos el dedicado al Pabellón Mies van der Rohe del que dice: Tu estilo es ya definitivo: la luz, como una parte de algún orden mayor, la hallarás en el cubo de piedra gris, muy cerca de una mítica y ruda basa de travertino. Un poema que dedica a Oriol Bohigas con quien conversaba sobre poesía y arquitectura, sobre letras y casas en la librería Bertrand en el ‘Espai Tendències’ en 2009.

Pabellón Barcelona. Mies van der Rohe

Un poema espléndido es el que dedica a su amigo, el arquitecto Coderch de Sentmenat. El poema cuenta las expresiones de Coderch sobre la vivienda. Decía que la arquitectura no debe estorbar, que ha de ser placentera al huésped de paso que llega a la estancia. La casa debe ser virtuosa y humilde, ni independiente ni vana, ni original ni suntuosa. Como la casa Rozes con sus planos quebrados mirando al mar y sus formas rectas blancas definiendo una plataforma en el borde rocoso, en el término municipal de Rosas, sobre la punta de Canyelles Grosses.

Casa Rozes. Roses (Girona), 1962. Fotografía Catalá Roca.

En el libro Luz de lluvia de 1987 un poema titulado Asplund proyecta un cementerio, habla de la obra proyectada por este arquitecto. Conoce el viento errante por el bosque, cerca del mar. También la luz del norte, que es la de la memoria. Y de la muerte sabe que es la simetría desconocida de lo que es la vida. Hoy se propone construir el alba, la hora de la nada y la esperanza. Proyecta un horizonte con la heráldica de la cruz, o quien sabe, de la espada, y con la Biblia, dura y trascendiendo entre sus huesos, imagina un viento que al alma arrastrará como una niebla, cuando, al tomar su propiedad la tierra, con maternal ternura absuelva al cuerpo.

Cementerio Asplund. Fotografía de Frans Drewniak.

La arquitectura y la vida.

Y junto a estas reflexiones sobre las grandes obras de arquitectos, su experiencia de trabajo. Próximos a las obras siempre hay bares de barrio, en los que sirven carajillos a albañiles ruidosos, donde he escrito muchos de mis poemas decía en la tercera parte de Los motivos del lobo. En Estación de Francia describe un paisaje cerca al aeropuerto un lugar donde los albañiles han encendido, en una obra, con trozos de tablones una hoguera.

Y en el libro Cálculo de estructuras en su poema Seguridad dice: Necesito el dolor contra el olvido. Albañiles al alba encienden fuego con restos de encofrados. La vida ha sido un edificio en obras con el viento en lo alto del andamio, siempre cara al vacío. Ya se sabe que quien pone la red no tiene red. ¿De qué sirve haber dicho tantas veces palabras como amor? Pobres bombillas de un final de línea, se encienden los recuerdos. Pero no quiero que me compadezcan: me repugna esta forma tan fácil del desdén. Necesito el dolor contra el olvido. Esta hoguera encendida con maderos delante del andamio es lo que soy: una pequeña claridad que, sea lo que fuere ser juzgado, nadie podrá negarme nunca más.

En Cálculo de estructuras dice: Aquello que pensaba que aprendíamos, cálculo de estructuras, templos griegos, cuando la Diagonal cruzaba descampados, y yo estaba estudiando arquitectura, es un oficio de albañiles muertos y cimientos de niebla. Pero también sabe que construyendo salvamos el recuerdo. Construimos, me decías, para nunca perdernos. Y por ello, en el poema dedicado a Juan Maragall dice: Su lucidez civil y razonable nos enseñó que un poema, un buen poema, es siempre compasivo. Porque la compasión resulta imprescindible si buscas la decencia.

Diego Peris, doctor arquitecto.

El autor preside actualmente la Fundación Miguel Fisac

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