[Proyecto para la reforma de la fachada de la ermita de San Eugenio, realizada por José Hernández Sierra en 1763. También se conservan dos plantas, una en estado real y otra con el plan de reforma de la cabecera. Se conservan en el Archivo Capitular de la Catedral de Toledo]
Hace algunas semanas tuve la ocasión de mostrar a un grupo de alumnos de la Escuela de Arquitectura de Toledo el plano para la portada de los pies de la Catedral que realizó Ventura Rodríguez en 1773 y que —de haberse materializado— habría conferido a la Plaza del Ayuntamiento una percepción absolutamente distinta. Absolutamente. El proyecto no cayó en saco roto (cobraría forma años después en el imafronte de la Catedral de Pamplona), pero su representación gráfica acabaría durmiendo el sueño de los justos en un espacio que va más allá de recientes conceptualizaciones de la ciudad —el libro Toledo invisible (Antonio Pareja, 2002); el blog Toledo Olvidado—. Me refiero al de las arquitecturas que pudieron ser y nunca lo fueron.
La vista que ahora reproducimos fue realizada en 1763 por un arquitecto tan desconocido como fundamental para conocer la evolución de Toledo en el siglo XVIII, el salmantino José Hernández Sierra (ha. 1705-1782). Se trata de una bella portada clasicista, en dos cuerpos y con hornacina para la correspondiente estatua del santo titular, que podría haber antecedido cualquier ermita o pequeña iglesia de España en aquel momento. No se trata de un proyecto especialmente brillante, ni quedó plasmado en un dibujo excesivamente pulcro. Apenas ha sido divulgado hasta que el Archivo Capitular de la Catedral lo incluyó en su volumen sobre Los diseños de la Catedral de Toledo (Instituto Teológico San Ildefonso, 2009).
Sin embargo, si lo recogemos aquí es por el particular emplazamiento para el que este proyecto estuvo destinado, uno de los edificios monumentales más antiguos y sin embargo peor conservados de Toledo: la ermita de San Eugenio, extramuros, situada al borde del antiguo camino de Madrid (al final del tramo que hoy conocemos como Avenida del Marqués de Mendigorría). Se trata de una pequeña construcción mudéjar cuyo ábside de ladrillo visto, embebido dentro de la acera actual —y que la reforma de Hernández Sierra habría eliminado por completo—, resiste fatigosamente el paso del tiempo. Pese a contar con una significación simbólica muy importante —fue parada obligada en el traslado de los restos de San Eugenio desde París hasta Toledo en 1565, episodio que ha llegado a nuestros días representado en el claustro de la Catedral—, pese a ser representada como marcador en primer plano y firma de la famosísima vista de la ciudad realizada por Anton Van Wyngaerde, la pequeña ermita languidece en manos particulares y entre negocios de ferretería y almacén de materiales de construcción.
A la degradación material del edificio (la erosión del doble cuerpo de ladrillos del ábside se ha convertido ya en un serio problema, pese a una consolidación realizada hace no demasiado) es necesario sumar, desde hace alrededor de doce años, la desafortunada compañía del cercano monumento ecuestre a Alfonso VI, obra de Luis Martín de Vidales. El Ayuntamiento justificó la instalación de este contundente pastiche escultórico argumentando la necesidad de «dignificar» el entorno del principal acceso a Toledo por carretera tras el derribo del antiguo Palacio del Automóvil. Un joven periodista recién llegado a Toledo participó entonces en la breve polémica que trajo consigo la instalación del monumento (cuya construcción vulnera el Plan Especial del Casco Histórico) manifestando que las administraciones deberían apostar más bien por la regeneración y puesta en valor del antiguo edificio. No hubo suerte y la controversia pronto quedó olvidada. Los ladrillos de San Eugenio siguen tostándose lentamente bajo el sol del mediodía, ajenos a una piel barroca que pudo ser y nunca lo fue finalmente.
Adolfo de Mingo Lorente (historiador del arte y periodista)
