La juventud en tiempos de la República de Weimar [Jesús Fuentes Lázaro]

DoDo. Dörte Clara Wolff. En el palco,1929. (fracción)

En el año 1919 Europa, a pesar del final de la Guerra que acabaría con todas las guerras, se asemejaba a un volcán próximo a la erupción. Motines, huelgas de trabajadores de las grandes industrias, zonas carentes de alimentos, hiperinflación, falta de viviendas, desastres físicos y morales de la Gran Guerra recién terminada, anhelos inespecíficos de revolución. Rusia se convertía en un magnético polo de atracción para  Europa.

Los adolescentes del año 1919 se acercaban al umbral de un mundo incierto. Finalizada la guerra con una masacre inimaginable hasta ese momento, todas las gentes parecían querer nacer de nuevo. César Antonio Molina escribe:

Tras aquella furia enloquecida en la que miles de jóvenes habían sido masacrados y sacrificados sin piedad, los centros neurálgicos de aquella contienda, sobre todo París y Berlín, paradójicamente solo pensaban en olvidar, en celebrar, en disfrutar amarga e irresponsablemente, en encadenar frenéticas fiestas y noches, una tras otra” (Tan poderoso como el amor).

Añoraban recuperar un tiempo anterior a la guerra donde, soñaban, habitaba una presunta inocencia perdida. Los supervivientes, aunque parecieran jóvenes, acumulaban experiencias que les aproximaba a la ancianidad. Eran jóvenes-viejos.

George Grosz. Tauwetter, 1928.

La familia, padres y madres, se veían como complejos extraños ante  quienes habían sufrido la experiencia bélica. Les sentían distantes, imponentes, avasalladores, culpables de las privaciones propias, pasadas  y presentes, y de las muertes ajenas. ¿Sabían algo de la juventud? ¿Por que habían liberado a  los demonios del apocalipsis?

En 1919, y en la década de los veinte, la juventud se entendió como valor absoluto. Tenía que ver menos con la edad, la biología, que con la actitud: estar abierto a lo nuevo, ser receptivo a toda clase de experiencias innovadoras. En el Manifiesto Dada, publicado en 1919, André Bretón, uno de sus miembros más activos, describía así la sociedad del momento:

“Dada no huele a nada, no es nada, nada, nada/ Es como vuestras esperanzas: nada/ como vuestros paraísos: nada/ como vuestros ídolos: nada/ Como vuestros políticos: nada/ como vuestros héroes: nada.”

La sensación de fracaso y frustración en amplios sectores de la juventud se convirtió en rencor. Rencor genérico. Rencor contra los mayores que habían provocado aquel caos. Rencor que era devuelto por los mayores porque cuestionaban sus decisiones y su autoridad. En la mecánica de odios y rencores indefinidos  solo era cuestión de oportunidad que aparecieran la prensa populista, los discursos integristas, los movimientos civiles combativos, las cargas de la policía. Y como una secuencia fatídica, surgía el discurso antisemita y antisistema.

Club Eldorado, Berlín. Fotografía de Herbert Hoffman.

Los más mayores reclamaban la vuelta a los valores antiguos para acabar con la inmoralidad en la que vivían los jóvenes. Contra el consumo de alcohol, contra los clubes, contra los bailes desenfrenados, contra la música histérica y arrítmica,  contra los modos andróginos y comportamientos escandalosos de las y los flappers. El hedonismo se había convertido en la auténtica ideología de la juventud. Los gimnasios y los clubes deportivos proliferaron. Se imponía el culto al cuerpo, la alimentación controlada, la vida sana al aire libre, entre ellas, el nudismo.

Josef Bayer. Colonia Motzener See, años 20.

Permanecía, sin embargo, el mismo poso de siempre de idealismo, que los mayores tildaban de “egoísmo”, (hoy lo llamaríamos narcisismo) en la juventud de 1919. En el contexto de contradicciones de aquellos años se entiende el nacimiento de diversos grupos de jóvenes en los que se mezclaban, en aleatoria combinación, la nostalgia por los antiguos héroes raciales, las leyendas medievales de princesas y dragones, las ansias de justicia ilimitada, los deseos de participar en la formación del  “hombre nuevo”,  que la Revolución de Octubre había anunciado.

Los jóvenes se desenvolvían en una mezcla de nihilismo e idealismo, que podía orientarse en cualquier dirección. Se respiraba atmósfera de izquierdas. El capitalismo y sus sistemas de producción en cadena originaban una opresión insoportable. Urgía transformar la sociedad. El  pueblo tenía que asumir el poder  y gestionar sus naciones.

En marzo de 1919 se creaba el “Komintern” de la Internacional Socialista. Los miembros tenían la obligación de trabajar para fomentar la revolución en toda Europa, especialmente en Alemania, más cercana a Rusia, y la gran derrotada de la Primera Guerra Mundial. Una angustia cotidiana se percibía en el quehacer ordinario de la gente por la aplicación de las cláusulas del Tratado de Versalles y las condiciones  humillantes para Alemania del mismo.  Rusia provocaba una  atracción apasionada en artistas, arquitectos, intelectuales o instituciones de nueva creación, como La Bauhaus.

Ilustración para la revista Simplicissimus. Jeanne Mammen 1931.

Un tipo, poco sospechoso de ser de izquierdas, Stefan Zweig, con motivo de su vista a Moscú, manifestaba su admiración por el nuevo mundo que en Rusia se gestaba:

“Cada segundo estaba cuajado de algo que mirar, observar, discutir; había una especie de fiebre en todo aquello y se notaba cómo, poco a poco, se apoderaba de uno esa misteriosa inflamación del alma rusa…. Sin saber por qué, ni para qué, nos sentíamos todos ligeramente exaltados. Era algo que se respiraba en aquel ambiente inquieto y nuevo; a lo mejor ya empezaba a gestarse dentro de nosotros el alma rusa”. (El mundo de Ayer).

Al rechazar los valores de los mayores, los jóvenes se sentían exclusivos y excluyentes para acceder por sí solos a ese mundo nuevo que balbuceaba en Rusia. Unos excluían a los otros. No tenían cabida en el nuevo sistema. Así se polarizan las sociedades. Al desprenderse de las conexiones del pasado, “la negación de la civilización se convirtió en todas partes en culto y modo de organización” (Leslie Paul).

George Grosz. Metrópolis 1916/1917. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Los discursos se volvieron confusos. Las opiniones se fragmentaban, los grupos, también. Los gritos se impusieron sobre los razonamientos. En una sociedad desorientada todo se entremezcla. Las ideas, las propuestas, los proyectos, la oratoria  pueden ser intercambiables. Un ejemplo:

Con vuestras banderas al viento, venid a nosotros, la Juventud de los Trabajadores Alemanes, luchad con nosotros contra el viejo sistema, contra el viejo orden, contra la vieja generación. Somos los últimos combatientes por la libertad. ¡Luchad con nosotros por el socialismo, por la libertad y por el pan!”

¿Un texto comunista? ¿Socialista? ¿Socialdemócrata?

Extraído de un panfleto de la sección de Kiel, de las Juventudes Hitlerianas, reproducido por Jon Savage en el libro “Teenage”.

Al romper con el pasado más inmediato la juventud se constituía en  el instrumento único para construir el nuevo mundo: Era un nuevo paganismo lo que buscábamos y un nuevo barbarismo el que terminamos por conseguir” (Leslie Paul).

Al crear una nueva religión se sintieron poderosos como dioses, con derecho sobre la vida y la muerte de los demás. No tardarían en asesinar de manera programada a seis millones de personas y otras innumerables en los diferentes puntos de los conflictos bélicos que se desencadenaron

Todo suena conocido. Sin embargo, ninguno de nosotros vivió en los tiempos de la República de Weimar, que terminó en 1933 con la llegada al poder de Hitler. Un golpe de Estado desde dentro de la Constitución.

Jesús Fuentes Lázaro

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  • José Antonio Marín Jimenez-Ridruejo

    NIHIL NOVUM SUB SOLE Demasiados parecidos entre aquella República de Weimar y esta nuestra “Tercera Monarquía” española. Da miedo que en nuestra ceguera autoprogramada no veamos en lo que se puede convertir, de nuevo, nuestra sociedad. La nuestra, la española, la europea, la occidental… Toda a merced de la nueva invasión de los bárbaros que acabe con nuestra viciosa/viciada sociedad, tan parecida al imperio romano en su declive, pero como entonces, ¿a qué precio?
    Mientras tanto, los dioses arrojan la bolita sobre la ruleta que hace girar Fortuna, pero sus colores (azul, rojo…) y sus números son siempre los mismos, están destinados a repetirse y además es indiferente en qué orden salgan.
    Hoy no tengo un buen día.

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