La invención del “sueño americano” y otras invenciones [Jesús Fuentes]

Tal vez el lector sea de los que  disfruta con las películas antiguas de Hollywood. O de los que no conocen ninguna e ignoran si le gustan o no. Tal vez se adscriba a ese grupo a los que  interesa el cine más actual, o puede que le resulte indiferente. Aunque, en todos los casos, seguro que han oído hablar  de los Oscar, que es una de las manifestaciones publicitarias y comerciales de Hollywood. De Hollywood se ha repetido hasta la saciedad que es la fábrica de sueños, un tópico consolidado y una leyenda con base en la realidad. Hollywood se soñó así mismo y lo inventaron los judíos. Como inventaron “el sueño americano” (The American Dream) o el modo de vida americano” (American Way of Life).

Un capítulo de la Historia de los EE.UU. cuenta que, desde mediados del siglo XIX hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, miles de judíos de Centroeuropa y de la extinta URSS se vieron forzados a emigrar  a América del Norte. La pobreza, la miseria y un antisemitismo que presagiaba la hecatombe posterior les empujaron a ello. Los “progroms” en ese espacio europeo no fueron menos terribles que las persecuciones de la Inquisición de los reinos cristianos o de los calvinistas y luteranos en los tiempos de su consolidación. Al final, sobrevendría el holocausto nazi o las persecuciones de los bolcheviques. También en Centroeuropa se les perseguía por sus orígenes, se les expulsaba de los territorios por sus actividades o se les mataba por sus creencias.

La emigración produjo desarraigo, rechazo de las propias raíces, búsqueda de una identidad imaginaria y anhelos casi desesperados de integración. En América encontraron el territorio  para intentar asentar sus sueños de una tierra propia, de un lugar de pertenencia. En la nueva tierra sería  posible olvidar la pobreza y encontrar éxito económico y social. América, la Norteamérica que será gobernada próximamente por un personaje oscuro, llamado Trump, era un país en formación. Y en consecuencia, un país en busca de unos valores y unos principios que les definiera. Así que los judíos, no los ingleses, ni los irlandeses ni los italianos, inventarían esos valores al mismo tiempo que conseguían el esplendor de  Hollywood. Creyeron que, esta vez sí, los sueños serían posibles  e intentaron definir un modelo de vida que, en realidad, fue más una tentativa  de supervivencia que un proyecto articulado. Los emigrantes que llegaban de  cualquier rincón de Europa no eran tampoco bien recibidos por los propios judíos, emigrantes anteriores,  asentados en el Este de Norteamérica, básicamente Nueva York.  Hollywood, en la soleada California, sería el lugar en el que  fundarían ese espacio históricamente añorado. Lo siguiente consistiría en dotarle de  principios y de los valores soñados.

Muchos  abandonaron el Este para asentarse en el Oeste. El Oeste se convirtió en un sueño colectivo para  los desarraigados de diferentes orígenes. Es lo que se contará una y otra vez, con diversas variantes, en los westerns o en el cine negro o de gánsteres. En las películas del Hollywood dorado los personajes buscan su identidad, una manera de pertenencia  y formar parte de la sociedad que o bien se muestra indiferente o bien les rechaza. Para conseguir esos objetivos dará igual el método: tanto valen el bien como el mal, el instinto como la razón, la colectividad como el individuo, la violencia como la convicción. Son caras de una misma ambición.   

Para sobrevivir  descubrieron un nicho de actividad que otros emigrantes despreciaban por considerarlos poco dignos. Fueron los espectáculos de barraca de feria o locales de diversión. Entre esos espectáculos se incluirían las primeras proyecciones del recién inventado cinematógrafo. En 1901 se crearían locales específicos para las proyecciones.  Formarán  la red de los  Níckel –Odeons (Níckel era la moneda de cinco centavos que costaba la entrada a estos locales). A partir de 1920 esos teatros miserables se  convertirían en suntuosos edificios. Y cuando el cine sonoro se  generalizó el gran negocio del espectáculo y el entretenimiento estaba en manos de los judíos que habían superado todo tipo de dificultades.

Louis B. Mayer (segundo izquierda) e Irving G. Thalberg (Segundo derecha), con su esposa: la actriz Norma Searer. MGM 1930. elpais/cultura 26/01/16

El esfuerzo realizado  tenía un claro objetivo: olvidar el pasado y ser considerados  norteamericanos. Pero olvidar el pasado necesitaba de alguna fuerza motriz que  impulsara el presente. Aparecería así el sueño americano. Llegar a la cima del mundo. Lo cual, a su vez, implicaba un modo de vida. Una vida dura y de competencia, donde el individuo se verá obligado a encontrar su hueco en la comunidad, a pesar del rechazo que esta pudiera producir. Se trata de luchar, (al estilo de Job) para poder realizar el sueño de un territorio, una casa, una familia, unas costumbres, una posición social y económica, tras una peregrinación de cuarenta  años metafóricos por un desierto no metafórico.

Para quienes quieran saber más de estos inventos judíos – revisen la relación de directores y actores, antiguos y actuales, para descubrir apellidos y procedencias  –  aconsejo un libro ya antiguo titulado “Un Imperio propio. Cómo los judíos inventaron Hollywood”. Su autor, Neal Gabler. Y la editorial, “Confluencias”.  Les ayudará a  entender más ampliamente el cine y nuestra historia reciente.

Jesús Fuentes Lázaro

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