Gregorio Marañón: un doctor honoris causa reivindicativo [Antonio Illán Illán]

La Universidad de Castilla-La Mancha ha investido como doctor honoris causa a Gregorio Marañón y Bertrán de Lis. Méritos le sobran. El currículum que atesora es de impresión. Lo social, lo político, lo económico y lo cultural se entretejen en una vida plena. Cualquiera diría, leyendo su semblanza en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, que estamos ante el poema de  Kavafis en el que escribe: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias”,  estaba pensando en el toledano de adopción. Pero, entre todas las experiencias y los honores, hay unas que siempre lleva viento en popa: la cultura, la toledanidad y la defensa de Toledo. Y, siguiendo el siempre eterno y universal poema del griego de Alejandría, Marañón nunca temió ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón. Y no los temió, si estuvieron fuera acechando, porque su pensar es elevado y noble la emoción que toca su espíritu.

Labor de este artículo no es la de realizar la laudatio, que ya la hizo muy pormenorizada el director de la Escuela de Arquitectura de Toledo, la impulsora del nombramiento como doctor. Sí quiero añadir mi opinión para justificar el merecimiento de este doctorado por causa de honor en una persona, que, además de la trayectoria objetiva reconocida, es un símbolo, especialmente en Toledo. Con los hechos y escritos de Marañón en lo que atañe a la salvación de la Vega Baja toledana, el más rico yacimiento arqueológico de la época visigótica, podemos afirmar que la cultura vence a la especulación. Y con esa batalla, capitaneada por él y seguida por algunos otros, Toledo ha salido ganando en valores históricos y patrimoniales. La historia milenaria iba a ser sepultada bajo los sótanos de miles de viviendas y el paisaje toledano, que también estaba preservado desde la declaración de la UNESCO como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, quedaría adulterado en su esencia. Un discurso ante el rey Juan Carlos, la ministra de Cultura, Carmen Calvo, el presidente de la Junta, José María Barreda, y el alcalde de la ciudad, José Manuel Molina, a lo que se añadió un artículo en El País y la anuencia y rápida respuesta administrativa del presidente de Castilla-La Mancha, lograron parar lo que parecía imposible.

No me ha extrañado en absoluto que Gregorio Marañón y Bertrán de Lis haya dedicado la mayor parte de su discurso en el acto de investidura, tras la imposición del birrete y la entrega de los atributos, ya como doctor honoris causa, a la Vega Baja toledana. Además, como todos sabemos, el asunto sigue sin cerrarse legalmente y hay que mantenerse vigilante. Por ello, acaso, él ha seguido reivindicando muy claramente un acuerdo político y social para salvar de manera definitiva esa zona tan importante para la ciudad y para la historia. Toledo, tras años de sentencias contra el viejo POM, tiene que realizar un nuevo Plan de Ordenación Municipal; y es en ese marco en el que Marañón ha exigido que se reunifiquen y redefinan los cuatro Bienes de Interés Cultural que coinciden en el perímetro: la Fábrica de Armas (hoy campus universitario), el Cristo de la Vega, el Circo Romano y la Vega Baja. No es habitual que en un acto académico formal y protocolario, como es el de la investidura de doctores honoris causa, se denuncien actuaciones políticas sin tapujos y se diga, como Marañón ha dicho de la Vega Baja, que fue “un proyecto inmobiliario sin más ambición que la del enriquecimiento”. Esto nos lleva a pensar que el doctor por la Universidad de Castilla-La Mancha está fino de mente, mantiene la capacidad crítica y, por su situación y sus años, no le teme a nada ni a nadie, ni al colérico Poseidón ni a los cíclopes ni a los lestrigones. Pero no quiere estar solo clamando en el desierto y ve necesario que la ciudadanía, libre de ataduras e intereses, tome el testigo y se movilice.

Y por cerrar con el mismo viento que comencé, seguiré parafraseando al gran Constantino Kavafis y le diré a Marañón que tenga siempre Toledo en su mente. Llegar a ella es su destino. Mas que no apresure nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atraque, viejo ya, en la isla peñascosa. Y que recuerde que Toledo le brindó tan hermoso viaje. Sin ella, y sin el espíritu del cigarral, no habría emprendido el camino. Y aunque a la vuelta quizá la halle aún pobre y sin haber resuelto el mal de siglos, que tenga la seguridad de que el pueblo de Toledo no le habrá engañado. Así, ya en casa, sabio, contemplando desde el mirador el perfil de la ciudad, con tanta experiencia, entenderá que la eternidad de Toledo y su esperanza residen en la cultura.

Antonio Illán Illán

 

Las fotografías del artículo son de Óscar Huertas, publicadas en eldigitaldecastillallamancha.es el 26/02/2018

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