La generación de la ruptura: tres escultores toledanos [ Jesús Fuentes ]

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Portada: Mercedes Juan

El rumano Brancusi, que había trabajado en el taller de Rodin, sería de los primeros en acabar con la escultura academicista, incluidas las del propio Rodin. En El terreno de la escultura, tal vez con algún retraso, se produciría la misma transformación que  había comenzado a finales del siglo XIX  en  pintura. Tras Brancusi,  será Julio González quien revolucione la escultura. Sus obras más atrevidas, como ocurriría tiempo después con las  de Chillida, cambiarán la concepción de la escultura en el ámbito nacional e internacional. De Julio González se dijo que “dibujaba en el aire”. Su influencia  empezaría a consolidarse a partir de los años cincuenta y sesenta.

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Brancusi

Si Brancusi había definido los parámetros de la nueva escultura como superadores de la anécdota o el gesto sentimental del modelo tradicional, Julio González crea un lenguaje radical que lleva las propuestas de Brancusi más allá del propio escultor rumano. Incorpora  nuevas técnicas y el uso de nuevos materiales, entre ellos el metal o el hierro. Tales innovaciones llegarán a Toledo de forma sorprendente. Surgirá un grupo de alumnos de la Escuela de Artes y Oficios dispuestos a superar el trabajo artesanal, la forja domestica y utilitaria y la orfebrería secular tradicional. El arte que, hasta ese momento, no era arte, sino artesanía. A este movimiento y a las personas que lo compone, las hemos englobado en una hipotética “Generación de la ruptura”.

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Julio González

En los años setenta y siguientes del siglo XX se produce en Toledo una convulsión  entre quienes muestran inclinaciones por el arte. Básicamente,  la  pintura y la escultura. Menos, en Literatura, a pesar de la profusión de poetas. Un grupo de individualidades, con algunos rasgos en común y menos diferencias de las que ellos mismos  creen tener entre sí, deciden romper con lo anterior. Y lo hacen en una sociedad provinciana, conservadora y pacata. Con el pasado  les emparenta una estrella trasterrada del firmamento toledano: Alberto Sánchez. Que saltó desde el barrio de las covachuelas de Toledo a Vallecas, que eran los arrabales de Madrid. Su obra evocadora e innovadora actuará como estimulo. Descubren que también en Toledo es posible el arte más actual, llamese surrealista, expresionista, conceptual, constructivista, informalista, minimalista o abstracto.  

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Alberto Sánchez

Un fenómeno semejante había ocurrido uno años antes en San Sebastián. Un grupo de gente – ahora se puede contemplar una exposición de la actividad del grupo – intenta plantar cara al gris, casi negro, del arte y de la cultura en la España de la guerra y la postguerra. Exactamente igual que en Toledo en los años setenta. Allí se encuentran Chillida, Oteiza, Basterretxea, Sistiaga, Ruiz Balerdi, Mendiburu y otros. Aquí, Beato, Jule, Villamor, Luis de Pablos,  Manuel Fuentes, Rojas, Cruz Marcos, López Romeral, Sanguino, Tomás Peces, Giles y otros. Allí constituyen en 1966 un grupo “Gaur” (Hoy), que apenas duró dos años por las circunstancias políticas y por las importantes diferencias entre los miembros. Aquí, se crea Tolmo en 1971, que tardó mucho más tiempo en diluirse. Allí querían  conectarse con la modernidad, inspirándose en las raíces primitivas y en la identidad local. Aquí, es algo parecido. Aunque se busca un primitivismo genérico, extraído de la historia universal de la humanidad, no de la propia tierra. En cuanto a la identidad particular es un producto que nunca se ha cultivado por estos lugares, excepto algunos localismos trasnochados y de zarzuela. El reto para quienes se dedicarían a la escultura consistiría en sobrepasar a los antiguos artesanos del hierro, la forja, la madera o la cerámica. Para quienes se dedicarían a la pintura, ya estaba bien de zuloagas, soroyas,  matíasmorenos, arredondos o veras y cuantos epígonos habían intentado hacer arte en la primera mitad del siglo.  Los maestros eran superados por los alumnos; los alumnos incorporaban la modernidad que se había producido en otros sitios.

Clasificar  individuos, siempre dispares, y comprimirlos en una “Generación” no deja de ser un artificio estrictamente instrumental. Una forma, tal vez ya superada, de simplificar, a efectos pedagógicos y prácticos, una realidad que se presenta  compleja e individualizada. Sin embargo, los escultores de los que tratamos en el artículo (como los pintores) presentan  puntos en común como para poderlos encuadrar en una hipotética “Generación de la Ruptura”.

Todos están relacionados con la Escuela de Artes y Oficios. Se forman allí y algunos pasan a ser profesores. Todos tienen una edad parecida. Todos son de origen humilde. Algunos descubren sus inquietudes artísticas trabajando en el damasquinado, una industria floreciente entonces que daba trabajo en negro a unas cuantas familias de la ciudad. Todos están contra el conservadurismo y el estatismo de la ciudad y las visiones estereotipadas del arte, la cultura y la Historia. Todos, por algún motivo o por otro, han pasado una temporada fuera de Toledo y en esas estancias han descubierto el nuevo modo de entender la escultura. Cada uno, desde un proceso subjetivo,  busca  conectar con las rupturas que ya se habían producido en el mundo o se empezaban a producir en España.

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Chillida

En escultura, en el año 1951, Chillida había presentado su obra “Ilarik”;  Oteiza su “Monumento al preso desconocido”. Transformarán el concepto de escultura en España y fuera de ella. En pintura, el grupo El Paso, más la obra de Canogar (de Toledo en la distancia), Lucio Muñoz, Millares, Saura y otros  enlazan con las vanguardias de los comienzos del siglo. Los dos vascos estarán muy presentes en la obra de los toledanos. Hay que recordar que la guerra y la postguerra habían generado  fracturas por donde se habían escapado los movimientos  modernizadores que habían conectado el arte nacional con las vanguardias europeas. En París, un significativo número de españoles cambiaban el arte universal definitivamente.

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Oteiza

Todos buscan expresarse con nuevos materiales y con nuevos lenguajes, lo que empuja a una inicial conexión con los oficios artesanales y las tradiciones populares que también habían ayudado a perfilar su propio lenguaje  a Chillida, Oteiza o Martín Chirino, en escultura. Todos estudian cómo trasmitir sensaciones e intuiciones con el uso del material, los volúmenes y la luz. La expresión figurativa, mediante la escultura, desaparece como ya antes había desaparecido con Picasso, Julio González, Alberto Sánchez, Brancusi o Henry Moore.

Alberto Sánchez, en el exilio en Rusia, será su gran reivindicación. Encarna el retrato prototipo de todos ellos. Alberto Sánchez había construido en poco tiempo una obra innovadora e intuitiva. Lógico que se identifiquen con él, cada uno a su manera. Había introducido además  romanticismo  y poesía en la pintura, en la escultura o en la arcilla. La invocación a Sánchez actuará como una provocación contra la sociedad toledana enquistada en el costumbrismo y como un acto  de justicia histórica. Todos viven de otros trabajos, por lo que su dedicación a la creación es un ejercicio puramente individual, solitario.  Los escultores tienen piezas colocadas en las rotondas del Polígono Industrial; los pintores en los despachos de los funcionarios de las administraciones publicas. Acumulan premios nacionales e internacionales, pero cada uno guarda las obras  en su casa. No existe una asunción colectiva de sus trabajos. Afortunadamente casi todos viven. Ellos son escultores. Se llaman Cruz Marcos, Manuel Fuentes, Villamor. Todos continúan  investigando. Es una Generación que aún no se ha agotado. La ruptura permanece, aunque hayan surgido nuevos movimientos y nuevas formas de expresión. Tuvo que llegar el siglo XX para que en Toledo se produjera una efervescencia creativa, probablemente superior a la del resto de España.


Gabriel Cruz Marcos


Manuel Fuentes Lázaro


Félix Villamor

                                        

      Jesús Fuentes Lázaro

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