Elogio del tricornio, la Guardia Civil entra en la Vega Baja [LGP]

Como el toro de Osborne, la aceituna rellena de anchoa, la botella de anís Castellana, el abanico, la siesta…, el tricornio, tiene el valor de pertenecer con mérito a la iconografía material e inmaterial que representa lo mejor del popular, auténtico y único “made in Spain”. La exaltación arcaica en el paisaje de la bestia que el hombre somete con arte y engaño, el aventeo de varillas de palo santo engarzadas en seda que refresca y habla, los sentidos fundidos de la mar y la tierra, el espirituoso que vaciado inspira instrumento y jolgorio, el saludable reposo de 20 minutos en la hora sexta, … el tricornio hoy liberado de estigmas pasados, gracias a la vocación de servicio y sacrificio de sus mujeres y hombres, nos transporta a un mundo de héroes y honor.  

Anónimo, austero y humilde, como sus guardias hijos de hijos de guardias, evolución del sombrero de tres picos que causó el Motín de Esquilache, de redondez angulosa, de impermeable y brillante negro hule acharolado, es un puro objeto dadaísta, que bien pudiera haber sido ready made de Marcel Duchamp. Basta con comparar con el cachivache de gorro lanudo de los Bobbies que guardan Buckingham Palace, o el emplumado gorro de los Carabinieri, o el kepí tazón de la Gendarmería francesa, ninguno supera la perfección abstracto geométrico cubista del tricornio español. El tricornio hoy ya no tiene detractores, simboliza el espíritu benemérito, la protección inmediata, próxima y eficaz de la ciudadanía, que devuelve el servicio con el respeto ganado con desinteresada abnegación.

Mingote. Inundaciones en el País Vasco. Portada ABC 14 de octubre de 1983.

Con su sola presencia tiene un efecto milagroso. Allí donde sea y sea el problema que sea: preservando los caminos de salteadores, una carretera embotellada, unas fiestas de pueblo desmandadas, una catástrofe, el rescate de desamparados náufragos que sueñan un mundo mejor, también cuando hay que salvar el Patrimonio Histórico del expolio…, es aparecer los tricornios y su sola presencia mitrada de autoridad, da seguridad, recupera el orden perdido y hace que todo vuelva a ir como la seda, “mano de santo”.

La necesitada y bien merecida nueva casa-cuartel de la Guardia Civil en Toledo prevista en el “Plan de Infraestructuras para la Seguridad del Estado 2019-2015”, se ha anunciado de forma irreversible –La Tribuna 28 de mayo de 2019- en la Vega Baja; ese lugar llano y fértil en la ribera del Tajo a su salida de la ciudad intramuros, que expertos: arqueólogos, historiadores, geógrafos, paisajistas, ambientalistas, antropólogos, urbanistas y arquitectos, acotan con evidencias científicas entre el Circo Romano y el Monasterio Agaliense de La Peraleda. Un suelo protegido por el Plan Especial del Casco Histórico de Toledo, la Carta Arqueológica Municipal, la Declaración de Patrimonio de la Humanidad y el Convenio Europeo del Paisaje.

Será un cuartel de 40.000m2 y 200 viviendas, cuatro veces mayor que el actual en la avenida de Barber, separado por la moderna avenida Más del Rivero de los suelos que en 2006 las evidencias del Toletum tardo antiguo hicieron paralizar el proceso urbanizador, las también irreversibles 1300 viviendas que generaron un dispendio de más de 100 millones de euros y lo que es peor el sentimiento de fracaso colectivo. El nuevo cuartel así previsto es un proyecto que, sometido a una encrucijada certera, también tendrá que resolver accesos expeditos y seguridad. Un cuartel es un fortín bien comunicado. Una infraestructura militar dentro de la ciudad configura una barrera, que a su alrededor crea un colchón de lugar incierto, de junk-space, que refuerce su seguridad. Esta fue la misma razón que explica cómo se construyó en el tiempo la discontinuidad que hoy hay entre la Fábrica de Armas y la ciudad, que hace de este lugar un paradigma de lo que el urbanista Ignasi Solá-Morales acuñó como terrain vague; lugares vacíos e indefinidos, aparentemente improductivos, que la lógica productiva de la ciudad tiende a colmatar con afán. Son incertidumbres que hay que solucionar allí donde son persistentes los hallazgos en las desafortunadas transformaciones del Poblado Obrero, la entrada está irremediablemente estrangulada y la ciudad requiere conectarse con los barrios, proteger el paisaje y redefinir un uso ciudadano público libre. Donde el urbanismo contemporáneo recomienda preservar con delicadeza la periurbana ciudad clásica de Toletum y el paisaje cultural heredado. Allí donde se espera la llegada de un Plan Especial -obligatorio por tratarse de zonas protegidas-, esta infraestructura es determinante y no debería ser indiferente al contexto en el que se planta. Evaluar todas las alternativas y englobar la actuación dentro de un Plan de Ciudad, al tratarse de una infraestructura de ámbito regional, que proponga también alternativas a la transformación del Hospital Virgen de la Salud y salve al popular barrio de Palomarejos del abandono, uniéndolo a la Vega Baja, a la Universidad, al Tajo; sería un buen comienzo, un impulso de calidad ambiental al barrio y de autoestima colectiva.

La inmediatez, la rapidez y la cantidad son un mal planificador de la ciudad, pensar más con el estómago que con el cerebro siempre da lugar a indigestiones. Aún los jugos gástricos de la planificación y el falso progreso que barniza las operaciones empresariales inmobiliarias locales siguen siendo incapaces de humanizar la materia prima de esta ciudad: su ingente patrimonio material e inmaterial; en cuya defensa, al menos, la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil también es modélica. La planificación fría, insustancial y prohibitiva, no es capaz de ver que una calle con árboles de sombra es también urbanismo, otro urbanismo, y prefiere morder los pedazos de espacios libres con voracidad convirtiéndolos en engorde indigesto. Una visión tardo capitalista que solo interpreta los vacíos urbanos como oportunidades de negocio – véanse por ejemplo el bloque y tres cuartos de Avenida de América, excedidos en altura y disonantes-. De momento, la simbólica primera piedra del cuartel, el monolito de la rotonda de Ávila, reiterando el estilo compositivo del de la Avenida de la Reconquista, es un descuido iconográfico añoso impropio de buen augur. Que solo se explica con la inmerecida penuria de medios materiales de la institución militar mejor valorada por la ciudadanía, que bien hubiera merecido un reconocimiento más ilustre.

La Benemérita entra en Vega Baja, y ojalá sus principios amparen a Toledo con el tan necesario Plan Especial de la Vega Baja que permita la construcción del mejor cuartel posible. Hay un camino a proteger -por quién corresponda-, posible y certero: evaluar las necesidades y demandas colectivas, analizar el problema por los mejores expertos, estudiar todas sus derivadas y complicaciones, proponer varias soluciones, optar por la opción más beneficiosa para el bien común, eludir atrochar con la inmediatez de planeamientos parciales catastróficos, no dejarse engañar por el diablo de los números, abordar un Plan Especial de verdadero consenso que abra una expectativa de optimismo y dignidad urbana en la Vega Baja, en el Toledo urbano contemporáneo que estamos obligados a proteger y construir con lealtad. Y por fin llegue el día en el que todos juntos lancemos nuestro tricornio al aire para felicitarnos por haber construido una ciudad mejor, y podamos cantar el himno benemérito:

¡…viva el orden y la Ley, viva honrada la Guardia Civil! Deseamos…

Lope González Palomeque

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