El anfiteatro de Toledo ¿ruina o arquitectura? [José Ramón de la Cal]

La ruina: la pérdida de la fortuna, la decadencia moral, el deterioro físico, la destrucción de lo construido, siempre es una fatalidad. Al contrario, el monumento significa la fortuna y la belleza de las obras humanas. La ruina es construcción muerta, el monumento es arquitectura viva. También la ruina inútil puede transmitir belleza con su gran poder evocador gracias a la resiliencia humana y su voluntad reparadora y constructora, capaz de reconstruir una y otra vez lo erosionado por el tiempo, aunque solo sea una reparación imaginada.

Imagínese las piedras de Sthonehengue en vez de erigidas contra la gravedad, derribadas como simples pedruscos arrumbados. Entre las dos situaciones, tumbadas o alzadas, se sitúa la inteligencia humana, el nacimiento de la arquitectura, cuando el hombre abandonó la caverna para conocer más allá de sus sombras.

Toledo tiene declarados 109 BIC, monumentos, 110 si se considera la declaración conjunta de Toledo como monumento de 1948. Un monumento aún habitado por una especie en extinción, el residente, cuya pérdida definitiva culminará con la ruina de la ciudad. Nadie desearía que ninguno de los 110 monumentos se arruinara, es más se protegen precisamente para salvarlos de la ruina. La aparición del anfiteatro romano a la entrada de la ciudad, en la ladera de la Vega Alta, frente al Hospital de Tavera, vendría a sumar uno más al tiempo que daría excusa para alegrar un barrio humilde y degradado. De recuperarse el coloseo toledano de su sepultamiento -de su ruina-, ya serían 111 los monumentos. Pero tal sobredosis de belleza seguro que topará con el síndrome de Sthendal en versión carpetana, cuyos síntomas postraumáticos son aquí la inacción y el desdén. El dilema es si el anfiteatro romano, tras 1500 años de abandono se librará de su arrumbado o continuará eternamente condenado al olvido, a la peor plaga contemporánea, la desmemoria que es la ruina cívica.

El anfiteatro está a la espera de que la Consejería de Cultura y Educación, responsable de las competencias constitucionales de salvaguarda y promoción del patrimonio, evacúe la llamada en términos administrativos arqueológicos y arquitectónicos: “resolución” – que es como una especie de fórmula magistral que te provoca un shock de paresia flácida-. (Mejor explicado en: Arquitectura, fútbol, patrimonio y cultura: la ciencia y la educación no fallan)

Varias son las opciones que analizará. La primera será trasladar el problema a los propietarios, obligando a hacer una costosa excavación en área, reformar el proyecto y costear a su cargo la custodia de un patrimonio que es colectivo, una verdadera ruina; lo que conllevará el abandono de la obra, el enquistamiento del solar y lo que es peor alimentará la desafección cívica hacia su pasado con la evidencia de que el patrimonio es un problema que te toca como una herencia maldita. La segunda, muy probable, será el quédese como está y que continúe la obra como si nada hubiera pasado, su tapado, adormeciendo el asunto en la siesta estival próxima; lo que sería también la ruina ya total del anfiteatro al imponerse el modelo “patrimonio encarcelado”, al ocultar los restos en un cofre de HA250 -hormigón muy resistente- y alimentar el “tapa, tapa, que nadie lo vea”. El tercero sería la recuperación y reparación, muy, muy improbable, hasta desaconsejable en una administración autonómica a la que no se conoce ninguna actuación modélica en los últimos veinte años, ni en arqueología ni en arquitectura.

Sin embargo, no todo es ruina y desdicha en la capital de la primitiva Carpetania. El Consorcio de Toledo, donde confluyen las cuatro administraciones: el Estado, la Autonomía, la Diputación y el Ayuntamiento, con su programa “Patrimonio Desconocido” ha sido capaz de reorientar el sentido cívico de autoestima de Toledo hacia su patrimonio, recuperando y divulgando: casas patio, torres mudéjares, claustros, termas, baños islámicos, murallas, alfarjes, artesonados, etc…  Muy al contrario de su homónimo en Cuenca, que con 13,5 millones de euros sin ejecutar se ha dedicado a alimentar con sus recursos los depósitos bancarios, mientras la ciudad se le arruina física y moralmente. Claro ejemplo que pone cara al buen gobierno y al mal gobierno, al talento y a la torpeza.

El artículo 4 de los estatutos del Consorcio de Toledo dedicado a sus fines y funciones dice: “Promover y, en su caso, facilitar, en el término municipal de Toledo, el ejercicio coordinado de las competencias de la Administración General del Estado, de la Comunidad Autónoma, de la Diputación de Toledo y del Ayuntamiento de Toledo.” Es decir, qué mejor instrumento para abordar el asunto del anfiteatro que quién ha demostrado tener el conocimiento y los medios para abordar la reparación con garantías de éxito y qué mejor ocasión para sin abandonar la ciudad intramuros saltar sus murallas en iniciar un camino nuevo, aquí y en las Vegas Baja y Alta.

Expedito el camino de gestión quedaría pensar cómo deben reconciliarse arquitectura y arqueología en una nueva forma de acción reparadora y de gestión del conocimiento de la memoria, que no siga el modelo obsoleto de excavar por excavar o construir por construir. El modelo extinto Vega Baja donde mientras unos excavaron hectáreas que no se tradujeron en un conocimiento proporcional a lo gastado, más de una decena de millones de euros, otros especulaban construir cientos de millones en metros cuadrados de viviendas. Por mucho que aún lo sigan intentando, es seguro que nada de eso ya volverá a pasar.

Reparaciones en el Coliseo. (Izda.) Giuseppe Valadier en 1828. (Dcha.) Rafael Stern en 1807

Es en el Coloseo Romano donde encontramos el mejor modelo en el que mirar para aprender. Cuando vaya a Roma y esté frente a su Coloseo, fíjese. Su anillo exterior (imagen de la izquierda) acaba en uno de sus lados con arcos y pilastras de ladrillo; el otro (imagen de la derecha) acaba en un gran contrafuerte masivo donde las dovelas talladas de mármol parecieran haberse quedado congeladas en el tiempo, en una cautiva inestabilidad.

La restauración -el arreglo- del Anfiteatro Romano, el Coloseo, fue patrocinado por el papa León XII a principios del s. XIX, para salvar un edificio expresión máxima de lo ateo, que abandonado a su suerte amenazaba ruina. Ruina que ilustró el romántico Wilian Turner, imagen de la portada de esta entrada. La imagen capta los estertores últimos de inestabilidad del Coloseo un instante antes de que suceda la catástrofe. En el arreglo intervendrían los arquitectos italianos Giuseppe Valadier (Izda.) y Rafael Stern (dcha.). Valadier es imitativo, recrea el orden existente de arcos y pilastras y lo recompone con material cerámico. Stern es interpretativo, utiliza un elemento ajeno como el contrafuerte también de material cerámico, su actuación es meramente funcional, y sin embargo mucho más evocadora que la de su colega. Ambos recurren a la arquitectura como herramienta de reparación, utilizan materiales nuevos, rellenan las lagunas y aseguran la estabilidad. León, Rafael y  Giuseppe salvaron el Coloseo de la fatal ruina, asegurando su utilitas, firmitas y venustas clásicas.

Quizás de no ser usted advertido, nunca se hubiera dado cuenta del apaño ilustrado. Es lo que tiene la buena arquitectura que, como la buena restauración, pasa inadvertida y solo es visible a la agudeza de ojos instruidos. Y usted, amigo lector, ahora lo será -al menos en este asunto- gracias a haberse detenido en esta lectura.

Entre Valadier y Stern, divergentes pero convivientes en una misma obra, se mueven todas las teorías del restauro de acción, entre lo imitativo y lo imaginativo.  Además, nos enseñan que en arquitectura no existen los dogmas, no hay una única solución para un mismo problema. También que la memoria es un material de construcción muy interesante y esquivo. Dos enfoques ilustrados, sin soporte teórico, que superado el arte del revival historicista de Violet Le Duc (1814-1879), teorizarán y enriquecerán, como no podía ser de otra manera, los expertos italianos a lo largo del s.XX: Camilo Boito (1836-1914) aportará el valor del tiempo y de la arqueología como aspectos que suman diferentes capas de conocimiento al patrimonio. Luca Beltrami (1855-1933) aportará el conocimiento científico y pluridisciplinar como sustrato del restauro. Gustavo Giovannoni (1873-1947) se interesará por el valor de los entornos y de las arquitecturas menores como creadoras de una identidad ambiental. Cesare Brandi (1906-1988) sintetizará la compleja teoría del restauro como una acción crítica, intelectual. Síntesis que desembocará en la carta de Venecia de 1964. Teorías que, hoy adoptadas y tergiversadas en las manos del ángel negro del patrimonio, ICOMOS-Hispania Nostra, están degenerado en culto conservacionista fanático a la ruina, a las arquitecturas y ciudades muertas bajo el manto de la historia, ideología, nada nueva, de principios reaccionarios neoruskinianos.

John Ruskin (1819-1900), británico, viajero, de clase acomodada, gran dibujante, crítico de arte, será el defensor del no restaurarás, de la no intervención, del historicidio, del enaltecimiento romántico de la ruina como materia capaz de transmitir la emoción nostálgica del tiempo pasado. Para Ruskin restaurar es falsear.  En términos locales el equivalente es el romanticismo castizo y costumbrista de Jenaro Pérez Villamil. Coherentes con sus principios negacionistas los románticos acababan sus días en duelo, suicidio o presos de la locura. De haber sido el papa León XII fiel seguidor suyo, y en vez de ilustrado hubiese sido romántico y pintoresco, hoy no podríamos disfrutar del anfiteatro romano, este sería una ruina muerta y no arquitectura viva.

¿Tendrá el anfiteatro toledano su bienhechor, su León XII, también su Stern y Valadier? O por el contrario está la ciudad condenada al último grado de deterioro del patrimonio que es la ruina. O nos arruinamos física y moralmente definitivamente o aspiramos a lo que aquí el alter ego de este blog (LGP) ha animado, a superar el estigma carpetovetónico de “parva urbis”.

José Ramón de la Calarquitecto

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4 Comments

  • Jesús-Marcelino Merino Gómez-Serranillos.

    Muy buen artículo, escrito con unas referencias sobre restauración y arquitectura ruinosa que le dan más aún una mayor claridad. Todo muy bien, y los arquitectos que citas nos hacen ver la manera de interpretar la restauración.
    Enhorabuena José Ramón.

  • Profesor. José CorellaTudanca

    Ojalá! Toledo pueda contar con un anfiteatro romano , ojalá! pero… cuantas piedras quedan en su sitio del teatro original? Yo voy mucho por allí… y…lamento no haber visto ninguna.
    Y lo del teatro romano en Toledo… no tengo palabras para lamentar su destrucción.

  • FJavier Sanchez

    Nací y vivi muchos años en el barrio de las Covachuelas, calle Honda. En casi todas las construcciones de cierta antiguedad (incluida la de mis padres) existian cuevas, aljibes, piedras u hormigon de factura probablemente contemporánea del anfiteatro, en muchos casos, maltratadas….el respeto por ‘lo antiguo’, el legado cultural, etc….debe residir en la sensibilidad del ciudadano común, entre tanto eso no exista, el político (que subsiste del voto y de las decisiones populares/populistas) mirará para otro lado. La pregunta es….de forma generalizada, ¿Existe en Toledo, en su ciudadania común, esa sensibilidad?, ¿tanto como para respetar ese legado aunque lo tengamos justo debajo de los pies?. Me temo que todavia no.

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