Barcas, arcas y barcos [José Rivero Serrano]

Enciclopedia de Primer Grado, de la editorial Vives de 1949

Dijo luego Jehová a Noé: entra

Tú y toda tu casa en el arca.

Génesis 7,1.

Hay construcciones que comienzan en un sueño; o que son iluminadas e intuidas en esa fase de la ensoñación humana. O que son, ellas mismas, un sueño proyectado y una revelación inesperada. Son vistas y recreadas esas moles y fábricas, esos muros y contrafuertes, esas torres y mausoleos, desde la actividad del que sueña y activa un extraño imaginario que pulsa la noche. Pulsa la cuerda del sueño y se produce la música de la anticipación construida en las arenas del onirismo. Hay un trasunto pictórico excelente en esta causalidad del sueño y las piedras. En el sevillano Hospital de la Caridad, un relato pictórico de Murillo llamado El sueño del patricio  nos da cuenta de esas anticipaciones constructivas que provoca el sueño y nos muestra lo afortunado del resultado que el sueño entrevió en un barrunto adormecido.

Sante Bible de France de 1703

Ha habido, históricamente, otras anticipaciones edilicias practicadas por el sueño: desde la torre de Babel soñada por Nemrod, temeroso de un nuevo diluvio, al Arca de Noé avistada en la noche bíblica para protegerse del diluvio que intimó a Nemrod. Desde El Escorial, también barruntado por el sueño imperial de Felipe II, al Templo de Salomón que el sueño dictó a tan sabio rey. Hasta que el pragmatismo maquinista secó la fuente de esa fertilidad soñadora, con capacidad para dictar los planos y recovecos que había que resolver más tarde en esa tarea constructora de la vigilia. El lugar del sueño lo ocupó, consecuentemente, el Programa o el Ornato, el Plan o la Función; pero también  la Exaltación del Príncipe o la Cátedra del Papa. Por eso es raro hoy, escuchar por boca de alguien que aquello que ha construido se lo dictó el sueño y se lo reveló la noche entera. Un sueño visionario o un sueño premonitorio. O un sueño que aspira a ser construido, como pocos.

Llama la atención la escasa fortuna pictórica alcanzada con la representación del ciclo noeniano, pese a la confluencia de múltiples asuntos de interés que en el se citan. Desde la construcción de un artificio naviero enorme y sin precedentes, al paisaje inusitado y anegado por las aguas; desde el proceso de ubicación de una cantidad ingente de animales, al final de su encallamiento en las cimas del monte Ararat. De tal suerte que tal menoscabo iconográfico ha sido visto irónicamente por Julian Barnes, como un agravio en relación a otras secuencias bíblicas mejor dotadas de representación. “Jonás (retratado de muchas formas, desde fauno musculoso hasta anciano barbudo) tiene una iconografía cuyo pedigrí y variedad haría palidecer de envidia a Noé[1]. Y no será tanto la envidia de Noé, cuanto la constatación de cierto silencio, la que guíe estas líneas que indagan en ese aplazamiento. Aunque el aplazamiento pictórico aludido, no impida reconocer la profusión de imágenes desplegadas en el entorno preliminar de cierta manualística sagrada. Así se desprende de  la ilustración de diversos Libros de Horas, Salterios, Beatos, Biblias ilustradas y Antífonas. Dando a entender con ello la capacidad de cierta ilustración casi literal de un relato, antes que la resolución específica de propuestas pictóricas sobre las vicisitudes de Noé. Ilustraciones literarias que se expanden con fortuna en todos los textos formativos, como se desprende de la Enciclopedia de Primer Grado, de la editorial Vives de 1949 o como anticipaba la ilustración de la Sante Bible de France de 1703.

Tales limitaciones de la representación pictórica, quizás tengan que ver con la improbabilidad y la dificultad de capturar un artificio naviero de dimensiones capaces de albergar a Noé, a su familia y a todo el zoológico flotante que le acompañó.  Un zoológico móvil limitado a siete parejas de animales limpios y una sola de animales impuros; acompasados por siete parejas más de animales del cielo; sin que se señalara ninguna determinación para aquellos otros animales de vida acuática o fluvial. Un artificio naviero en forma de barca, de balsa o de Arca de difícil captura pictórica y de difícil pergeño técnico. Como muestra Horacio Capel en La física sagrada, al decir. “El problema de las dimensiones del arca de Noé o de la altura de la Torre de Babel dio origen a especulaciones de gran interés para la historia de la ciencia. Los autores podían dedicarse a complicados cálculos de ingeniería naval para determinar la forma y  el volumen de un navío que habría de albergar en su seno a todas las especies animales[2]. Un artificio naviero del cual se reciben especificaciones dimensionales tales como: “la harás de trescientos codos de longitud, de cincuenta codos de su anchura y de treinta codos su anchura[3].  Aunque el mismo Barnes nos advierta de forma sorprendente que “el arca no era un solo barco. Fue el nombre que le pusimos a toda la flotilla (difícilmente se habría podido meter todo el reino animal en algo que sólo tenía trescientos codos de largo)[4]. Aun y así, nave solitaria todo lo singularizada que se quiera, o nave agrupada en formación, no constituyen pese a todo un asunto usual y frecuente en las representaciones iconográficas bíblicas.

Más aún el propio Barnes, aunque operando desde la ficción (pero sin menoscabo legítimo para entender el fundamento del pensamiento que interroga el orden histórico desde las cosas improbables), formula esa comitiva acuática con un total de ocho naves, que responderían en su conjunto plural al pacto etimológico denominado como Arca. Que ahora más que Arca sería una suerte de flota o Acorazada naviera y un conjunto no unido ni hilado, más que por la comandancia del almirante Noé. Pacto etimológico o complejo naviero, que no elude ni oculta otras denominaciones latentes en la voz designada: desde la común de caja de madera o caja de caudales; a la más avisada como “especie de nave o embarcación”, sin olvidar la otra visión acuática de la “casilla o depósito para recibir el agua y distribuirla”; para concluir, finalmente, con la especificidad del Arca de Noé para designar el artefacto naviero susceptible de resistir los embates del diluvio. Sin olvidar, claro está, la procedencia del Arca de la Alianza o  del Arca vetero testamentaria.

En esta diversidad de designaciones, se ubica la ambigüedad que late en la voz de Arca, para designar y diseñar un improbable artificio naviero, susceptible de flotación y capaz de ser albergue temporal de una importante camada de individuos de especies variadas. Artificio de forma desconocida, por más que se nos relaten sus características constructivas (“una ventana le harás al Arca, y la acabará a un codo de altura de elevación por la parte de arriba; y pondrás la puerta del Arca a su lado; y le harás un piso bajo, segundo y tercero”)[5] o su capacidad para la flotación y para la resistencia de los embates climáticos. Arca, cuya métrica final es interrogada por Soler y Quirón[6], para obtener un artilugio de 129,54*21,59 metros, con una altura media de 12,9 metros. Artilugio, que con esos datos y con una conformación rectangular sería capaz de desarrollar una superficie de 2.800 metros cuadrados, dispuestos en 3 compartimentos de altura media de 4 metros; de lo que resultaría un cubicaje de 5.600 metros cúbicos. Aunque esa conformación rectangular, sería inhábil para la navegación; y los mismos autores optan por una reconsideración tipológica pasando de la planta rectangular a la romboidal, con la consiguiente merma de su superficie, y consecuentemente de su capacidad volumétrica. Dichas restricciones superficiales y volumétricas, derivadas de la idoneidad naviera, concluirían con la manifiesta inviabilidad para dar cobijo y albergue al grupo de refugiados y sus enseres y provisiones. De tal suerte, que los mismos autores una vez revisados las demandas dimensionales del grupo de pasaje y de los víveres necesarios en una travesía de cuarenta días, concluyen con la manifiesta imposibilidad de esa estructura[7], o con la limitación al 1% del animalario albergado en ella[8].

Desde esta indefinición formal, cabe entender la liberalidad que despliega Barnes, al proponer al Arca como un complejo naviero, en el que aparecen designadas diferentes modalidades de embarcaciones, desde el buque al galeón, pasando por la balandra; cuando muchas de esas voces designan embarcaciones muy posteriores a la propia historia del suceso, como es  y resulta ese concepto contemporáneo de buque-hospital. Más probable habría sido, desde la escritura temporal de los documentos bíblicos, haberse acogido a la tipología naviera disponible, ya en Egipto, ya en Roma. Aunque bien es cierto, que en Egipto la tecnología navegable se vinculaba sobre todo al curso  fluvial del Nilo y a la disposición de pequeños esquifes y balandros, construidos con un material tan inapropiado como los fustes de palmera. Mientras que en Roma había sobresalido el complejo militar de birremes y trirremes, con finalidades más bélicas que comerciales.   “Al principio el Arca se componía de ocho buques: el galeón de Noé, que remolcaba el buque almacén, luego iban cuatro barcos ligeramente más pequeños, cada uno de ellos capitaneado por uno de los hijos de Noé y detrás el buque hospital. El octavo barco constituyó un breve misterio: una pequeña y veloz balandra con adornos en filigrana en madera de sándalo a lo largo de toda la popa, seguía un rumbo servilmente próximo al del arca de Cam”. Esta pieza veloz y servil, fue la primera en desaparecer, seguida más tarde por el buque almacén, según el relato de Barnes; quien ya anteriormente había tensado la historia al proponernos cuatro hijos de Noé, frente a los sostenidos como usuales: Sem, Cam y Jafét.

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976. Beato de Fernando I, siglo X

Las capturas iconográficas realizadas por las ilustraciones de los textos citados y de algunos Beatos ilustrados, se mueven,  consecuentemente, en un universo simplificado que ven experimentar un lento progreso representativo en los años siguientes al filo del cambio de milenio. Si los primeros trabajos conocidos formulan un esquema geométrico pentagonal, en una suerte de sección esquemática y aproximada de la nave, habría que esperar casi doscientos años para obtener una visualización de algo parecido a un artificio maderero con capacidad para la  flotación. Los Beatos de Urgell y de Fernando I (ambos del siglo X), describen el Arca, exclusivamente, como un pentágono compartimentado en diversos niveles interiores, que arrastran una disposición creciente: desde la bodega a la cubierta. Dando a entender con ello, más la preocupación de su ocupación interior que la manufactura técnica de sus construcción. Compartimentación  interior jerarquizada en la que es posible ver el orden priorizado de los ocupantes y moradores: desde los animales impuros en los pisos bajos de la sentina, a los animales puros en los estratos superiores, para concluir en la cubierta bajo el diedro de cubrición, donde se aposentan Noé y sus familiares. Y donde la única nota animal es la presencia de la paloma de enlace con el exterior.

Es decir la preocupación del ilustrador reside más en el intento de verosimilitud de su interior que en la probabilidad de su construcción lógica. Aunque esa verosimilitud de su interior quede amenazada por los requisitos dimensionales exigibles, para dar albergue a una nómina tan abultada de individuos. La propuesta del Beato de Fernando I es, consecuentemente con ello, un mundo cerrado en sí mismo y endogámico; sólo conectado al exterior con la abertura de la cubrición por la que el exterior es reconocible a través del vuelo del pájaro que otea el nivel de las aguas en el proceso de su descenso. Mientras que en la ilustración de Urgell, se advierten otras preocupaciones; tales como la captura de elementos externos ajenos, bajo las aguas o sobre ellas mismas: unos cadáveres flotantes bajo la horizontal imposible del artefacto naviero. Cadáveres alusivos a aquellos desafortunados que no pudieron embarcar en el séquito noeniano y que establecen la dualidad entre el interior limitado y preservado del diluvio (como Arca salvífica) y el exterior expuesto a sus excesos y rigores y de dimensiones desconocidas.

676. Pentateuco de Tours, siglo IX. Diluvio

Dicha visión de los desplazados y de los ahogados chapoteando en la marejada, es aún más evidente y obsesiva en el Pentateuco de Tours (siglo IX) y en el Beato de Liébana (siglo X). Dominado el trabajo de Tours, por el primer plano estático de aquellos seres flotantes y perdidos en el movimiento incomprensible de las aguas, y estableciendo un plano posterior donde la representación del Arca asemeja más a una cabaña elemental construida con troncos superpuestos y esquinas redondeadas, casi en clave de un single-style ‘avant la lettre’. Representación cúbica que se aproxima a la desarrollada por los relatos babilonios, que establecen una pieza cúbica de 54 metros de lado, y a todas luces, inhábil para la navegación[9].   Es decir la dificultad de representar tal asunto naviero por desconocido, fuerza al artista a realizar una visión convencional y tópica que le aproxima a la imagen de una cabaña elemental, pero singular por su carácter flotante.

1129. Biblia de Ávila, siglo XII

Similar proximidad de la barca con la edilicia en tierra seca, se nos proyecta nuevamente en la Biblia de Ávila; donde el Arca, jerarquizada en sus niveles distributivos usuales internos, tiene más la apariencia de una mansión noble o de un palacete de postín que de una nave propiamente dicha.  Y es que la ausencia de referencias análogas para capturar la envergadura de una embarcación tal, mueve  a los ilustradores al territorio del secano y de la construcción sobre tierra, de hecho más conocidas y frecuentes que la improbabilidad de un enorme galeón con varios pisos interiores. Por ello las formas usuales que se visualizan en ese continente pictórico, dialogan más y mejor con cabañas, entramados y chozos que con posibles construcciones navales provistas de una enorme capacidad de alojamiento.

1134, Venecia, entrada, animales, siglo XII. Mosaico.

No será hasta el siglo XII y XIII, cuando se resuelvan algunas de las limitaciones figurativas señaladas, y aparezcan ilustraciones diversas y alternativas con más pretensiones de verosimilitud en lo relativo al universo de la barca oceánica: quillas trenzadas como cestos, rudimentos de barcos, chozos dispuestos sobre una balsa de troncos y formas redondeadas van apareciendo y desgranando y proponiendo la nueva entidad náutica del Arca. Más probable y más posible. Incluso otros alardes diversos, como la compartimentación interior realizada por la Biblia de Francia (siglo XII), donde se disponen unas cubiertas casi transparentes o acristaladas (Fenestra cristallina) en la parte alta; la dotación de una sorprendente botica (Apotheca)[10] en la parte media y unos fondos bajos para los residuos (Stercoraria y Sentina uel setercoraria), tiene ya mucho de ilusorio y de anticipatorio. Más aún se plasman en la ilustración asuntos y realidades que se conocen en la época, pero que se nos antojan improbables en la serenidad del tiempo pasado del ciclo noeniano. Y este propósito emergerá con fuerza en momentos sucesivos.

Versión bíblica francesa de 1372

Quizás, por ello, la inflexión anticipatoria más significativa la realice la versión bíblica francesa de 1372; donde el artilugio naviero es una suerte de batiscafo casi esférico, con una línea de flotación que divide el cuerpo en dos hemisferios. Y donde los ventanos del cuerpo superior han trastocado la disposición distributiva, al proponer los aposentos de los animales por encima de las estancias de la parentela de Noé. Como si se hubiera optado por la alteración distributiva frente a cierto verismo naviero, invirtiendo todas las propuestas precedentes del orden interno y su compartimentación.

Parece cierto que el desconocimiento de la realidad de tales artilugios navales, exagerados para la época de las representaciones, habría limitado su visión, y consecuentemente, su representación por parte de los ilustradores medievales. Procediendo por ello, a esa simplificación aludida que confundía la construcción en seco con la construcción valida para las aguas movidas. De igual forma que la pericia usual en los tiempos de Noé para la construcción naval, habrían limitado en sobremanera la viabilidad del proyecto del Arca. Un proyecto otorgado, en palabras de Barnes, por “su modelo”, que es el que le dicta y le aconseja sobre las diferentes opciones constructivas. Un “modelo” que inspira la obra e ilumina las trazas; sugiere incluso la materialidad misma y establece el dimensionado más correcto y conveniente a los fines dictados. Desde esta perspectiva de la inspiración constructiva por parte del “modelo” que inspira e impone Jehová, el papel de Noé es un papel menor: mero intermediario entre el diseño elaborado por su inspiración mandataria o por su fuente reveladora y la materialidad propia del medio disponible que condicionaría su construcción. Entre los troncos de palmera –usuales en Egipto-, la pretensión de Barnes de utilizar el sándalo y el relato bíblico que mandata la utilización de madera de gofer bien embreada, hay todo un universo de posibilidades encontradas.  Una materialidad discutible, si se quiere y altamente improbable; en la que se emplearían recursos madereros, exclusivamente resinosos; sin saber muy bien cómo se comportaban las técnicas de la clavazón y del calafateo sobre tales pináceas o las garantías de la estabilidad del casco y su armazón de cuadernas, tanto en el dique seco como en la plenitud inquieta de las aguas. Por no hablar de la carencia de complementos precisos en  toda navegación, desde timón o gobernalle a la gavia, desde remos a mástiles; todo ello concita la idea de que la pretensión del Arca es más la de flotación al pairo o al garete, que el impulso de movimiento dirigido y gobernado de toda navegación consciente  y consecuente. Son estas las palabras de Michel Tournier, cuando fija “fijémonos en que el arca no navega realmente. El arca no es botada, como un barco, sino que es el agua la que va hasta ella. Como la lluvia no cesa durante días y días, al final el arca se levanta bruscamente del suelo. No tiene velas, ni timón. No va a ninguna parte. Solo flota a la deriva. No se le pide otra cosa[11] .

1174, San Marcos, siglo XII

Algunas ilustraciones alto-medievales dejan ver ese proceso de trabajo de los carpinteros colaboradores en la construcción del Arca, que finalmente no fueron integrados, para desdicha de su trabajo, como parte de los salvados de las aguas. Carpinteros y armadores, que se han estimado para esas dimensiones repetidas del artilugio flotante, en un grupo no menor de 50 individuos, prestos a trabajar durante un mínimo de seis meses en jornadas continuadas. Sin contar, obviamente, con el grueso grupo de leñadores y taladores que aserraron y cortaron los fustes del boscaje¸ que luego se hubo de transportar al enclave preciso donde Noé dirigía el ensamblaje de las piezas de acuerdo al Modelo otorgado por su inspirador. Es decir, resulta presumible que los colaboradores circunstanciales, con que contó el inspirado Noé, se acercarían a la centena y que, pese a su colaboración en el proyecto de salvación naviera, no contaron con el beneficio de ser embarcados con sus familias, al no ser considerados por Jehová como hombres justos y dignos de ser tenidos en cuenta. Ni siquiera, en la semana posterior a la ocupación del Arca por los elegidos que, parece ser, concedió Jehová a la espera del inicio diluvial, como una suerte de prórroga benefactora que produjo nulos efectos en el aumento de la ocupación. Dejando, por ello, enormes dudas sobre la generosidad del patrón y comandante de la flota, que niega la salvación y el acogimiento a aquellos que han colaborado con su esfuerzo y trabajo en el levantamiento del Arca salvadora; y que sin su colaboración nada habría tenido lugar. Pese a ello, ese ejército de carpinteros, serradores, transportistas, calafateadores, carpinteros de ribera y armadores, que colaboran en una empresa que se les escapa y de la que ellos mismos serán finalmente rechazados; la improbabilidad del asunto de levantar una pieza excepcional con medios madereros convencionales queda afirmada desde la lógica dimensional que han aportado algunos investigadores.

1245, San Millán de la Cogolla, Arca, siglo XIII

Medios madereros propios de carpinteros de ribera, pero inhábiles para la pericia de la construcción naval de gran formato y mayor calado que incluso precisaría ya amplias atarazanas o diques secos de construcción. Donde se exigen cuadernas, baos y mamparos de dimensiones excepcionales para ajustarse a la métrica del barco; que demandan incluso unas especies leñosas especiales, flexibles y resistentes. De un formato que, según los estudiosos capaces de establecer una métrica precisa y acotada, se fija en una eslora de 133 metros y de una manga de 23 metros. Parámetros excesivos, si se los compara con los pecios procedentes del mundo naval romano. Pecios, como los de Tarragona, cuya eslora mayor descubierta ha estado en los 35 metros de longitud. Más aún “entre las naves con cargamento romano halladas fuera de Hispania, la media normal es de 19 metros[12]. Es decir la tarea titánica de construcción del Arca con las técnicas disponibles en el momento histórico noeniano, demandaba parámetros métricos ocho veces superiores a los valores medios de la ingeniería naval romana.

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Por todo ello, por esa dificultad de enunciar una nave desconocida y altamente improbable, las representaciones posteriores eludirán la centralidad de la nave para buscar otras visiones complementarias y oblicuas: anteriores y posteriores. Con algunas  excepciones, como la desplegada por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina (1508-1512), donde es visible junto al Arca otros artilugios menores, pero de indudable capacidad para la flotación. Aunque el Arca miguelangelesca no deje de ser una plataforma flotante escueta, sin quilla ni proa, a la manera babilónica; sólo un entablado de rollizos sobre el que se ha dispuesto una edificación elemental a modo de cabaña primaria; inhábil a todas luces para satisfacer la demanda del programa noeniano y muy dudosa su capacidad para la flotación con vientos agitados.

Ciclo noeniano desplegado por Bassano entre 1574 y 1592

Casi coetáneos al trabajo de Miguel Ángel son las piezas de El Bosco (1500), en donde la visión del diluvio es ya una consecuencia de la desproporción entre medios y fines: un modesto esquife a la deriva, que difícilmente aguanta el embate; y los frescos de Rafael en las Logias  vaticanas, donde se da cuenta del proceso incipiente de la construcción de la nave. Más allá de estas dos capturas solo existen miradas que se pliegan hacia otros laterales menos comprometidos y más complacientes. El ciclo noeniano desplegado por Bassano entre 1574 y 1592, incide en los pormenores de la carga de los animales y en la ofrenda última de Noé, igualmente rodeado de los animales ya desembarcados y salvos. Eludiendo en todo caso la visión de una nave de características improbables y del proceso  titánico de su levantamiento y construcción. Como ocurriera, por otra parte, con el singular trabajo de Van Han ‘El diluvio’ (1515), donde todo el asunto se concentra en el terror de los cuerpos abandonados a su suerte; en una baraúnda de agua y espanto y en una propuesta donde no se refleja la esperanza que sobre el futuro pudiera desplegar el Arca salvadora; que ya más y ahora, es una Arca mortuoria que muestra su estela final tanatológica. En un asunto este de la muerte circundante que, trescientos cincuenta años más tarde, sería retomado casi de forma idéntica por Doré con su ‘Diluvio’ (1865).

Cuerpos a la deriva, animales dispuestos para su salvación, procesos de agradecimiento tras las lluvias y trabajos preliminares de construcción, son algunos de los asuntos que se despliegan en el universo pictórico de forma insistente y reiterada, habiéndose abandonado las pretensiones interrogatorias sobre la materialidad del Arca misma y sobre su identidad constructiva y formal. Y éstas serán las cuestiones que perdurarán y se prolongarán en los trabajos del siglo XVII. Trabajos como los de Brueghel ‘La entrada de los animales’ (1613), de Antonio Carraci ‘El sacrificio de Noé’ (1615), de Frans Francken ‘Noé dirigiendo la entrada de animales’ (1634) y  de Farnzösische Meister ‘El arca en construcción’ (1675).

Farnzösische Meister ‘El arca en construcción’ (1675).

Es decir asuntos producidos en los días previos al diluvio y asuntos acaecidos con posterioridad a su conclusión y cierre. El decaimiento temático del ciclo noeniano del siglo XIX, tiene que ver con la pintura preliminar de Gericault, por muchas razones antitéticas a la figuración que debería derivarse del ciclo del Génesis. “Resulta sintomático que Gericault seleccionase este episodio del naufragio. Empezó por estudiar varias posibles escenas: un motín en la balsa, los superviviente alimentándose con los cuerpos de sus compañeros muertos, aparte de momentos tan obvios como aquel en que la balsa queda a la deriva o el rescate final[13]. Momentos todos ellos que, más allá de su indudable significado político, carecen de conexión con el legado precedente del diluvio noeniano. ‘La balsa de la Medusa’ es ya propiamente una balsa, una armadía, trazada con una disposición elemental de tablas y cordadas y un grupo humano abandonado al oleaje. Es decir un artilugio en las antípodas del buque noeniano. Balsa elemental y a la desesperada, que cuentan para su impulso con un velamen ajado, que trata de aprovechar los azares del viento. Cuando bien a las claras, ninguna representación del Arca ha contado con tal dispositivo impulsor y todos sus tripulantes no mostraban la inquietud y los gestos de abandono de los supervivientes de Medusa.

La ilustración de la mencionada Enciclopedia de Vives de 1949, nos propone un asunto, similar en parte al relato de Gericault. Un grupo humano (cuatro adultos, dos jóvenes y dos niños) sobre una plataforma flotante a la deriva, implora salvación o demanda un rescate a un cielo abierto, en el que la visualización del diluvio se simplifica de forma exagerada: unos ángeles arrojan agua sobre la tierra mediante unas vasijas elementales, pero que anegan e inundan el territorio. Pero la fuerza central del asunto no es la simplificación de la lluvia producida de tal suerte, sino la impasibilidad del arca, que flota al fondo mientras crece el espanto y el pánico de los náufragos de la balsa. Similar a lo ofrecido por la versión de la Sante Bible de France de 1703, donde el momento capturado nos impide datar si el Diluvio esta comenzado o las aguas ya retroceden ante unos cuerpos que se estiran en un boscaje imposible; tan imposible como los fondos edificados junto al Arca flotante y enigmática. Tal fascinación, perdida a veces, por el entablado flotante y abandonado, se repite en la obra de Iván Aivazovsky y su ‘Novena ola’ (1850) que nos vuelve a mostrar la fragilidad del artificio ante los embates de la Naturaleza o ante la irritación colérica de Jehová.

En otros casos complementarios, lo que se despliega es una interrogación por el paisaje, como ocurre con la obra de Thomas Cole ‘El retroceso de las aguas tras el diluvio’ (1829), donde todo es un pretexto para ensayar un paisaje de estirpe romántica. Otros casos singulares están dictados por la estirpe estilística, como en la anécdota de John Everett y su ‘Regreso de la paloma’ (1851) que ubica la escena en el universo místico del Prerafaelismo; o por la singularidad del ingenuísimo de Edward Hicks y su ‘Pequeña Arca’ (1846): un Arca apacible en el preludio de un gran desastre.

1508, The_Deluge_after_restoration, MANGEL

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PRIMERA POSDATA

Que Johan Huibers haya decidido construir una réplica del Arca de Noé, porque en una noche de hace trece años una visión le revelara un próximo hundimiento o una inundación de los Países Bajos, no parece razón de peso para su fiabilidad. Conocíamos algunas visiones pictóricas de la botadura de la nave, como las de Edgard Hicky, o los trabajos memorables desplegados por Ron Wyat en el monte Ararat, que concluían con la construcción de un modelo naviero en madera. Pero nunca hasta ahora, nadie había osado competir con Noé y sus hijos en las tareas de una monumental  carpintería de ribera. El esfuerzo maderero y carpintero de Huibers no le ha impedido levantar una enorme embarcación, toda enlistonada y entablillada con sus juntas calafateadas y embreadas. No tan grande la barcaza, como la de Noé, sólo la mitad según cuentan y admiran. Aunque bien cierto es, qué no sabemos, ni la nota de prensa lo cita, de donde habrá obtenido las medidas reales del bote de Noé. Hay datos dispersos en la Biblia (150 metros de eslora y 25 de manga; aunque los desplegados por el arqueólogo Ron Wyat son otros diferentes y fija la longitud en 300 cubits). Un texto tan revelador sobre la travesía marinera de Noé, como es La Historia del mundo en diez capítulos y medio de Julian Barnes, llega a hablar de hasta cuatro embarcaciones que chapotearon en la inmensidad del diluvio que no paraba. La nave capitana gobernada por Noé y las tres restantes, al mando de sus hijos Sem, Cam y Jafet. La visión de Barnes establece la mayor dimensión para la barcaza del padre; quedando por debajo las dimensiones de las otras tres plataformas filiales. Pero, pese a esa incertidumbre, Huibers se ha montado una pieza genérica de la mitad del tamaño del bote ‘noeniano’. Claro que su aspiración es, por ahora, la de alojar sólo a 300 animales de corral, no a la inmensidad animal y zoológica que se vio obligado a embarcar Noé y su familia paciente.

1819, ‘Noah_and_His_Ark’_by_Charles_Willson_Peale,

SEGUNDA POSDATA

En 2014 se estrenó la película Noé de Aranofsky, con una peculiar aportación visual. Visibles las alteraciones, tanto en el vestuario como en el contexto histórico. De tal suerte que la historia desarrollada parece ubicarse más en el Medievo que en los ámbitos del pasado bíblico. Otra de las peculiaridades es, obviamente, y a lo que interesa a este texto, la conformación del Arca que se representa compartimentada, en una suerte de catamarán gigantesco construido con rollizo de maderas, unas veces atadas y otra selladas en sus juntas. Que ya bebe en figuraciones lejanas de la iconografía vetero-testamentaria.

José Rivero Serrano. Arquitecto.

 

[1] BARNES J. Una historia del mundo en diez capítulos y medio. Anagrama, Barcelona, 1990. Página 206.

[2] CAPEL H. La física sagrada. Ediciones del Serbal, 1985.Página 82.

[3] La santa Biblia. Sociedad bíblica, Madrid, 1960. Página 10.

[4] BARNES J. Op. Cit. Página 13.

[5] La Santa Biblia. Op. Cit. Página 10.

[6] SOLER C y QUIRON M. El arca de Noé y el diluvio universal. Edimat, Madrid, 2007. Página 29.

[7] Ídem. Página 28

[8] Ídem. Página 33.

[9] Ibídem.

[10] Que quizás conecte con la pretensión de Barnes de proveer a la flotilla con con un buque hospital.

[11]  TOURNIER M. Celebraciones. Página 232. El Acantilado, Barcelona, 2002

[12] PERIS BOSCÁ V. La navegación romana. Facultad de Geografía e Historia, Valencia, 2007.

[13] HONOUR H. El romanticismo. Alianza, Madrid, 2981. Página 42.

 

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