Arquitectura, ciudad, técnica (I) [José Rivero Serrano]

Piero della Francesca. Ciudad ideal, 1480/90. Galleria Nazionale delle Marche Urbino

Sabía que (la arquitectura) era el resultado de una lucha entre el tiempo y una forma que iba a ser, finalmente, destruida en el combate”.

Autobiografía científica, Aldo Rossi.

Hemos visto sustituir o difuminar la ciencia por la tecnología, las humanidades por la especialización; hemos contemplado cómo la sabiduría es colonizada por la información y hemos soportado la banalidad arquitectónica para una ciudad, que acumula en sus edificios desproporción, efectos de poder y clase y, sobre todo, espacios y lugares manifiestamente destinados a la apología del derroche”.

Discurso ingreso RAE. A. Fernández Alba

Fra Carnevale. Ciudad ideal, 1484. Walters Art Gallery-Baltimore.

1 PENSAR/CLASIFICAR: ETIMOLOGÍA Y GENEALOGÍA

Las pretensiones totalizadoras que se desprenden de ‘Las Etimologías’ de San Isidoro de Sevilla, son fruto de la cosmovisión tardo romana y de la naciente teología premedieval, y marcan todo un itinerario escolástico de investigación filológica sobre la ciudad. Itinerario en el que pesa más una concepción histórica, concebida como secuencia lineal respetuosa con unos orígenes estáticos y perdurables que las resoluciones formales y técnicas de ese agrupamiento voluntario de ciudadanos y moradores. Por el contrario, la visión fragmentaria última que desarrolla Walter Benjamín en el ‘Passagem werk’, no sólo formula la fractura de esa línea continua divisoria entre Naturaleza e Historia, sino que marca la irrupción de la técnica como factor determinante en el desarrollo y definición de la ciudad moderna. Frente a la elocuencia contable isidoriana, la percusión técnica benjaminiana.

El recuento de las opciones lineales y contrapuestas de todo pensamiento escolástico, desde la domus a la urbs, abre la singladura isidoriana que conecta la doma griega con el tectum latino, para señalar la identidad de la casa con el techo que ya es un gesto técnico y que participa de la raíz techné, aunque aquí pase desapercibida la raíz técnica de la ciudad. Esta sólo emerge oblicuamente como populus, como ayuntamiento de muchedumbre de hombres. Populus pues, que conecta con el plebibus, como las gentes de toda la ciudad. Y también, con el vulgus y la plebs, como pluralitate, esto es ya muchedumbre. Para iluminar que las raíces del populus, son también citoacic. Pero en griego populus es ya laus, a lapidabis, esto es, piedras[i]: pueblo pues, como piedra o como su agrupamiento. Incluso más abajo establece la condición dual de ciudadanos para los urbani (los que moran en Roma), y oppidani o castellanos, los que moraban en los otros lugares. Roma como sola urbs, esto es única ciudad, y las otras villas oppida, esto es castillos también de piedra. Juego de palabras encadenadas y regulaciones jurídicas en una abstracción concatenada de nominales y ordinales con las piedras al fondo.

La abstracción que enuncia, pero no asume, Ortega y Gasset en su ensayo ‘Meditación de la técnica’, ya emerge a puntadas y con temor. Y ello, pese a su severa afirmación: “No hay hombre sin técnica”. Como si de un neohumanismo técnico se tratara, pero revestido ahora de atributos que señalan una nueva complejidad naciente. “La técnica, al aparecer por un lado como capacidad, en principio limitada, hace que el hombre, puesto a vivir de la fe en la técnica y sólo en ella, se le vacíe la vida…Por eso estos años en que vivimos, los más intensamente técnicos que ha habido en la historia humana, son de los más vacíos[ii]. La técnica pues, presentada como vacío fundamental heideggeriano; y la ciudad moderna como prolongación técnica del orden edificado que retoma un nuevo vacío presentido y no siempre representado.

Benjamín, por el contrario, olvida y simplifica los atributos históricos que han jalonado los derechos y las diferencias humanas de la ciudad, para advertirnos de la grieta abierta por el desarrollo de la técnica en la concepción de esta. “Todo esto fueron ensayos insuficientes para cubrir la grieta que el desarrollo de la técnica había abierto entre el constructor de la nueva escuela y el artista de viejo cuño[iii]. Constructor versus Artista y Técnica versus Forma. La casa como tejado y la ciudad como piedra, retomando las viejas Etimologías isidorianas. Y es que “la sustitución de la piedra por el hierro para edificar casas (y ya no máquinas) conlleva todo un desplazamiento del imaginario[iv]. Imaginario desplazado, no sólo como índice constructivo o como razón técnica, sino sobre todo como enclave funcional y simbólico. Benjamín, además, en un esfuerzo inventarial de clasificación no sistemática, recorre las voces de los viejos lugares, tales como la calle o la casa. Junto a los nuevos asuntos que explicitan ese desplazamiento: como la ciudad onírica, la construcción en hierro, la fotografía o la moda. Todo ello, todo ese inventario parcial, en un intento fragmentario por pensar/clasificar la ciudad moderna desde una clasificación heterónoma en la que emergen con nitidez las masas, el anonimato, las mercancías fetichizadas, la velocidad de la máquina y, sin duda, la técnica imparable. Categorías que años más tarde serían reveladas por Koolhaas como nuevos iconos centrales de las sociedades urbanas; emblemas superiores, tales como la velocidad y el consumo[v]. ¿Pensar o clasificar?

Intentos pues de clasificación benjaminianos, similares a los planteados desde otra perspectiva por la genealogía técnica por Lewis Mumford. Quien pese a haber recorrido los avatares evolutivos de la técnica en la civilización moderna[vi], realiza la descripción de la ciudad como una secuencia progresiva, lineal y lenta del muro a la casa, de ésta a la calle y desde aquí a la plaza principal. Formas básicas de las que están compuestas las ciudades históricas, pero que escapan a los saltos de las etapas técnicas. Pero si la técnica ha sido el motor que modela los hitos civilizatorios de los humanos, si el hombre es –siguiendo a Ortega y Gasset– la técnica misma, al afirmar “que no hay hombre sin técnica[vii], ¿cómo no pensar en sus efectos sobre las ciudades? Más aún, ¿no serán esas mutaciones técnicas los vectores que han ido desplazando la naturaleza, la forma y la sustancia de las ciudades?, ¿no será la ciudad misma, un ejemplo preciso y exacto de Técnica cósmica, en la terminología de Heidegger? De igual forma que para Spengler la casa era el símbolo máximo de la domesticación[viii], habrá que interrogarse sobre la interrelación de la ciudad contemporánea con la civilización técnica; habrá que interrogarse sobre la tecnificación de las ciudades.

El recorrido desde la domesticación a la aldea neolítica lo verifica Mumford bajo el epígrafe complejo de ‘Huerto, casa, madre[ix] y no bajo las pretensiones establecidas en ‘Técnica y civilización’ al sopesar las relaciones entre energía, materiales básicos y proceso civilizatorio. Como si hubiera más peso real en los símbolos primarios que en los artefactos técnicos. Contraposición esta que se visualiza, bien a las claras, en dos trabajos diferentes que privilegian a la técnica[x] o a la cultura formal[xi] como ejes independientes del desarrollo histórico. Incluso, y desde dentro de este intrincado proceso, que ve “la nueva ciudad, planificada según un diseño racional…para evocar, más allá de Vitrubio, las correspondencias platónicas entre el Estado y el hombre, entre las parte del cuerpo y las clases…”[xii]. Anticipando ese platonismo las ideas desarrolladas años más tarde por Sennet en ‘Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental’[xiii]. Quien recorre la ciudad desde la singladura del cuerpo, pero rara vez desde los tránsitos técnicos. ¿El cuerpo como técnica o el cuerpo abandonado ya a las técnicas complejas de las cirugías invisibles? Para volver, en cierta manera al principio de este apartado: el aristotélico ‘Una ciudad está compuesta por diferentes clases de hombres; personas similares no pueden crear una ciudad’; o el isidoriano ‘La ciudad es la gente que la habita’. Pero también para hablar de la finitud y de la caducidad de la ciudad, como los cuerpos que la reflejan y la construyen.

 

Finitud de los cuerpos y caducidad de las ideas sobre la ciudad, como hace, más recientemente aún, Jacques Herzog que nos propone tras un esfuerzo clasificatorio un nuevo concepto: ‘La ciudad indiferente’. Que ubica en un ámbito preciso: el ‘Terror sin teoría’, que es tanto como enunciar el terror a la teoría. “Todas las ciudades tienen algo en común: su declive y desaparición”. Como los cuerpos de Sennet o como los cánones vitrubianos: idea de finitud frente a la vieja durabilidad y la antigua permanencia. Volvemos pues a la ciudad de los ciudadanos desde cierta indiferencia teórica y desde la materialidad arruinada de las viejas ideas. Antes de su acuñación Herzog se había desprendido de otros conceptos laterales precedentes; así como: ‘ciudad finita’, ‘ciudad real’, ‘ciudad específica’, ‘ciudad idiomórfica’, ‘ciudad idiosincrática’. Para interrogarse. “¿Ciudad idiota, ya que no somos capaces de comprender la creación más compleja e interesante del género humano? La ‘ciudad ideal’ abdicó hace ya tiempo, incluyendo la ‘ciudad racional’ de Aldo Rossi, la ‘ciudad genérica’ de Rem Koolhaas y el ‘Strip’ de Venturi, por no hablar de la ‘Ville Radieuse’ de Le Corbusier. Todos estos intentos por describir la ciudad, entenderla y reinventarla fueron necesarios en su momento, pero hoy nos dejan fríos. Ya va siendo hora de que nos libremos de la nostalgia por las etiquetas, de que abandonemos los manifiestos y las teorías por que no dan con el ‘quid’ de la cuestión. No hay teoría sobre la ciudad; sólo existen ciudades[xiv].

Como relato de una indiferencia teórica y de un ‘rigor mortis’ conceptual. “Si va a haber un nuevo urbanismo, no estará basado en las fantasías gemelas del orden y la omnipotencia; lo que tendrá que representar será la incertidumbre; ya no estará dedicado a la disposición de objetos más o menos permanentes, sino a la irrigación de territorios con posibilidades; ya no buscará configuraciones estables, sino la creación de ámbitos susceptibles de acomodar procesos que no admitan la cristalización en formas definitivas, ya no tratará de la definición meticulosa, de la imposición de límites, sino de la expansión de los conceptos, de los rechazos de los límites, no de la separación ni de la identificación de identidades, sino el descubrimiento de híbridos innombrables; ya no se obsesionará con la ciudad, sino con la manipulación de las infraestructuras orientadas a lograr interminables intensificaciones y diversificaciones, atajos y redistribuciones: la reinvención del espacio psicológico[xv]. En esa órbita de la incertidumbre y de la indefinición contemporánea, también puede rastrearse la visión de Ramírez Guedes[xvi], quien asume el Palimpsesto (como superposición de reglas, órdenes y configuraciones), el Laberinto (como repetición formal, indiferencia espacial y monotonía de la secuencialidad) y el Collage (agregación por indiferente yuxtaposición de partes morfológica y lingüísticamente inconexas) como vías de entendimiento de la ciudad.

José Rivero Serrano, arquitecto

 

[i] González Cuenca J. Las Etimologías de San Isidoro romanceadas. Universidad de Salamanca, 1983. Páginas 334 a 399.

[ii] Ortega y Gasset J. Meditación de la técnica. Ediciones Revista de Occidente, Madrid, 1939 (1ª edición). 7ª edición, 1977. Página 103.

[iii] Benjamín W. El libro de los Pasajes. Akal, Madrid, 2005. Página 879.

[iv] Barthes R. La Torre Eiffel. Textos sobre la imagen. Paidós, Barcelona, 2001. Página 69.

[v] Ellegiers S. Rem Koolhaas expone en Berlín sus ideas de la nueva ciudad. El País, 18 noviembre 2003.

[vi] Munford L. El mito de la máquina. Emecé, Buenos Aires, 1969.

Ídem. Técnica y civilización. Alianza editorial, Madrid, 1971.

[vii] Afirmación muy próxima a la realizada por León Bautista Alberti en su Tratado. Alberti llega a decir ‘el hombre es por naturaleza constructor, y es hombre en la medida que es arquitecto’. También Filarete formula una visión parecida: ‘el hombre tiende por naturaleza a edificar’.  Cit. por Garin E. Ciencia y vida civil en el Renacimiento italiano. Taurus, Madrid, 1982. Página 65.

[viii] Spengler O. El hombre y la técnica y otros ensayos. Espasa-Calpe, Madrid, 1947 (1ª edición). 3º edición, 1967. Página 47.

[ix] Munford L. El mito de la máquina. Op. Cit. Página 225.

[x] Gimpel J. La revolución industrial en la Edad Media. Taurus, Madrid, 1982.

[xi] Garin E. Ciencia y vida civil en el Renacimiento italiano. Op. Cit.

[xii] Ibídem. Página 50.

[xiii] Sennet R. Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Alianza editorial, Madrid ,1997.

Torres Nadal J. Cuerpo y ciudad. Microfisuras, nº 5, 1988. Páginas 54-57.

[xiv] Herzog J. Terror sin teoría. La ‘ciudad indiferente’. Babelia, 13 diciembre 2003

[xv] Koolhaas R. ¿Qué fue del urbanismo? Revista de Occidente. La ciudad hacia el año 2000. nº 185, octubre 1996. Páginas 8-9.

[xvi] Ramírez Guedes J. Tres metáforas para la descripción de una ciudad: Palimpsesto, Laberinto y Collage. La Página, nº 50. 2002. Páginas 13-18.

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