Al agua pato [Quique J. Silva]

Sucedió en Toledo. 27 D20 Archivo VASIL


Aspecto de la piscina del Campo Escolar en plena temporada.

Mientras el desarrollo industrial de Madrid lo permitió, los toledanos no conocíamos otro baño que “Safont”, “la Incurnia”, “Solanilla” y “Once culos”. Estos eran los lugares de referencia para tratar de sobrellevar los rigores del verano que, a falta de aires acondicionados, eran mucho más calurosos que los actuales.

Pero, como dice el refrán “No hay bien ni mal que cien años dure”. De una temporada para otra perdimos las playas de arena y cieno en el momento en que la autoridad competente se percató del peligro para los bañistas de las aguas contaminadas del Tajo.

Mientras “El Régimen” se afanaba en vender a la ciudadanía las ventajas de la Ley de Compensaciones del Trasvase Tajo-Segura, que entendían ellos justificaba el “sacrificio”, los “sacrificados” buscaban una alternativa al baño en las piscinas que se fueron abriendo (y llenando).

Inicialmente, toda la población “corriente” (no contamos aquí los pocos privilegiados de Los Cigarrales) nos repartíamos entre la piscina del Campo Escolar y la del Ángel; que además contaba con camping. Más tarde vendrían las del Circo Romano y San Francisco, entre otras.

Es difícil imaginar hoy cómo se ponían estas piscinas en julio y agosto. Como diría aquel dúo famoso: “abarrotás”. 

Singular trampolín de la piscina del Campo Escolar.

Del Campo Escolar queda el recuerdo de aquellas celosías verdes y el bordillo de granito. Los enormes pinos (algunos finalizaron tristemente talados) daban suficiente sombra para conseguir que el agua estuviese realmente fría y que los más mayores montaran la timba de mus en las mesas próximas a la terraza-bar. Y el trampolín; no podemos olvidarnos del trampolín hecho de tubo de hierro para los más valientes de la ciudad.

Allí, muy de mañana, las familias iban llegando cargadas de bolsas de comida, toallas, corcheras, flotadores y todo tipo de elementos auxiliares que permitían disfrutar de aquello, hasta bien entrada la noche.

Había una especie de concesión al Centro de Artistas Industriales de Toledo (CASINO) por lo que, de vez en cuando, se organizaban algunas actividades e incluso bailes.

El arte de “veranear” en Toledo.

La otra parte de los toledanos, que no iban al Campo Escolar, se desplazaban a la piscina del Ángel (se trata de una segregación del Cigarral Ángel Custodio) donde además de la piscina y restaurante se ubica el Camping El Greco. La presencia de este lugar de acampada controlada (primero en la ciudad) permitía compartir el baño con extranjeros que vivían en enormes tiendas de campaña dotadas con todo tipo de “comodidades” y en “roulottes” que traían a principio de temporada desde Alemania o Francia, principalmente.

Al Ángel, el problema era llegar. Solo un autobús (cada dos horas) permitía desplazarse dignamente hasta aquel lejano paraje. La otra opción era, cómo no, ir andando. Siempre lo decíamos, lo malo no es ir; es volver después de un agotador día de piscina, a la caza y captura de las jovencitas y jovencitos, que ya empezaban a despuntar en el arte del “me gustas”.

Este era el imponente aspecto que ofrecía la piscina del Ángel, antes de la invasión diaria de los bañistas.

Los que somos de la época (y no teníamos cigarral con piscina) desarrollábamos una especie de transición bañista. De muy niños, nuestro lugar era el Campo Escolar con la protección económica y alimentaria de “papá” y “mamá”. Luego, ya adolescentes, dábamos el Gran Paso y, bocata en mano, conquistábamos la piscina de El Ángel a la sombra de aquella pérgola de ladrillo y enredadera junto al bordillo de “lo hondo”. Si habías “ligao”, volvías caminando a través de la Olivilla y el puente de San Martín, a la espera de encontrar un rincón oscuro donde “pasar a más”.

Si la jornada no había resultado amorosamente fructífera, el camino de vuelta, andando, era interminable.

A pesar del esfuerzo, al día siguiente emprendíamos nuevamente la ruta piscinera, con la esperanza de encontrar un primer (o segundo) amor de verano, que nos hiciera más llevaderos los calores y la aburrida vuelta a casa.

Ya lo dijo don Antonio: “Mi infancia son recuerdos, de un patio de Sevilla y un huerto claro……”

Los míos, son recuerdos “de un camino entre las huertas, de la mano de una niña, que jamás fue mi mujer; buscando cruzar un puente, sobre el río, que añoraba” …y añoro.

Quique J. Silva

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